28/11/10

LA PIEDRA Y LA ROCA


En los inicios del mundo estaban la roca y la tierra. Ambas llenaban el mundo. La primera formaba grandes montañas, mientras que la segunda creaba un suave manto en la dura roca. Tanto la piedra como la arena (o tierra) exaltaban sus virtudes. Una le decía a la otra lo fuerte que era, la otra enaltecía su suavidad.
La roca era aliada del sol, sabía que su luz y calor le daba vida, permitiéndole brillar en la mañana solitaria. También era amiga del viento, puesto que su fuerza la mantenía siempre pulida, limpia y esbelta. Tanto el calor como el viento consiguieron lo que ninguna palabra había logrado: reducir la piedra lentamente, formando pequeños granos de tierra. ¡Por fin, la piedra había parido desde sus entrañas a la amiga tierra! La roca sentía más que nunca el ciclo vital de la naturaleza: el cambio y la permanencia de los elementos, comprendiendo así a su amiga.
La tierra lo observaban todo y se maravillaba de que a su amiga la piedra le ocurriesen tan fantásticas bendiciones. A ella, sin embargo, no le sucedió lo mismo. Ni el sol ni el viento le servían para compactarse y convertirse en piedra. Antes bien, el viento soplaba tan fuerte que los granos se dispersaban en la lejanía. Nunca los espacios abiertos fueron tan dolorosos para la tierra como aquel día, en el que cansada ya desistió de su aventurera idea.
Todo cambió el día en el que aparecieron las primeras lluvias. Las gotas de agua acompañadas de una suave brisa la sorprendieron. En un primer momento el agua y la tierra formaron una masilla bastante parecida a la piedra. Todo quedó en un espejismo cuando el agua siguió cayendo formando pequeños y grandes charcos y cubriendo de agua tanto a la suave tierra como a la dura roca. Sin embargo algo sucedió después. El aire se enfrió como nunca había ocurrido. Las gotas de agua pasaron a convertirse en copos de nieve que iban cubriendo lentamente el suelo.
Los días pasaron. La piedra sostenía todo, la tierra, encima, hacía de mantel y la nieve adornaba todo del color más blanco posible. Los días siguieron sucediéndose y la nieve se convirtió en hielo. Éste era fuerte y compacto como la dura roca. La tierra fue testigo de cómo un elemento poseía las cualidades de su bien amada roca. Y así fue como la tierra se dio cuenta de cómo nunca iba a tener la dureza pétrea que tanto había anhelado, pero se maravillaba y comprendía, al observar el hielo, las cualidades de la permanencia e inmutabilidad de la hermana piedra, que ahora entendía por primera vez. A partir de ese día, el frío, la nieve y la lluvia fueron los aliados de la tierra.
Cuando regresó el sol, y volvió el viento a soplar, tanto piedra como arena volvieron a dialogar y a enaltecer cada uno sus virtudes. La tierra, la gran olvidada porque nunca se convertía en roca, supo por fin que aunque no supiera de la dureza de la piedra había notado la consistencia del hielo.
Desde ese momento se dice que nacieron las estaciones. Al comprender cada elemento, su sitio en la naturaleza, nadie lucha por comprender las cualidades del otro, pues todo permanece en equilibrio hasta que duran los cambios.