13/6/22

Retrato de un lugar de esos...

    Siempre me ha llamado la atención, los lugares en los que, aparentemente, todo está bien, todo es elegante, o bien distribuido o proporcionado, o bien decorado, o amplio, bien iluminado o, simplemente, moderno. Muchas veces, detrás de todo ese esfuerzo, de toda esa puesta en escena, se esconden los esqueletos, la tramoya, las bisagras, los soportes, las soldaduras o las juntas. Aunque a veces, detrás de la iluminación del escenario o de los focos del aeropuerto, se camufla el polvo que ni se ha visto ni se verá, solo si no te fijas; se disimula una tabla de contrachapado que muestra sus tripas, aunque lo que realmente expone es un anuncio de una empresa que cotiza en bolsa. 

Las azoteas, el fondo de los baúles, los armarios que guardan los productos de limpieza... Hay lugares que no queremos ver pero están, lugares ocultos, prestados de alquiler para las máquinas de aire acondicionado, los cables tirados por el suelo en lugares abandonados a la vista. Y más abajo, la precisión, el orden, la medida y la exactitud. Y mientras tanto, nos ponemos el esmoquin que nos protege del pijama arrugado, del vello indeseado, la barriga que no está a juego con las luces de neón, y las uñas, nuestras vísceras y secretos más profundos e inenarrados por la misma vergüenza y pereza que nos da no ver aquel cable en la azotea que está mal encajado y ajustado a la pared. 

¡Silencio! Se oye una voz, sale una palabra precisa y preciosa de mi bolígrafo que trata, tal vez, de acallar todo el mundo interior, que no soy capaz de ver ni de ordenar.