13/4/11

Acerca de “Cuentos Africanos”

Ernesto Rodríguez Abad es el autor de “Cuentos Africanos”, una serie de relatos que tienen a África como marco. El paisaje y el paisanaje que se nos describe es fruto de la mano del alguien que conoce muy bien el alma humana y su historia, pues la mayoría de los relatos tienen como trasfondo algún contexto mítico con alguna enseñanza legendaria. Esta pequeño relato que he escrito es mi aportación a modo de agradecimiento (algunos de los relatos me han parecido extraordinarios).

EL OASIS
Cuando los granos de la arena iban desapareciendo de la duna más próxima, siempre iba a parar a aquel oasis que salvaguardaba a camellos, viajeros y moradores diversos, hipotecando el tiempo, lastrando más el pasado si cabe.
Cerca del río, del brevísimo río  que dibujaba sueños y resecaba las gargantas, un hombre con turbante esperó a que no quedara una gota de agua más para testimoniar lentamente, como en su declive iba también el suyo. Era un personaje misterioso y enigmático. Muchos con los que se encontraba en la ribera del fino caudal lo miraban absorto, como si fuera un extranjero y tuviera además la ventajosa suerte de jugar con un tiempo inabarcable pero siempre a su favor. La mirada serena, los movimientos pausados, la sonrisa elegantemente engalanada, suma presencia, no lo diferenciaba curiosamente, de la majestuosidad de las estatuas o de la espontaneidad gestual de los animales salvajes. Su quietud asombrosa repicaba en las pupilas de los visitantes de aquel pequeño vergel, cuando se acercaban con movimientos acelerados hacia el agua con el fin de llenar la cantimplora. Yo lo vi sólo una vez, pero sólo fue suficiente para recordarlo por lo que era y por lo que representaba: tantas historias me contaron de sabios sufíes que que merodeaban el desierto que sin duda este viejo desprendido casaba con mi deseo por encontrar una puerta hacia el conocimiento oculto, que su sonrisa ocultaba. Quizá sea ahora el momento de recordarme, tiempo después, cómo inventé algunas cosas que daba por evidentes sobre el alma de aquel desconocido…
En el segundo viaje que hice a África volví a viajar al mismo oasis. Quizá pareciera casual, pero en el lugar en el que antes estuvo sentado aquel anciano ahora se hallaba un esqueleto blanquecino de un animal carnívoro de medio tamaño. Ver el esqueleto y no escuchar sino el silencio me sumió en la desesperanza más absoluta. A partir de aquí se detiene mi narración, dejándome con más preguntas pero con menos respuestas claras y nítidas.
Curiosamente y al mismo tiempo, como en un sueño, mi alma se proyectó en las aguas de aquel oasis, más lleno de vida en ese momento, tan embaucador como de costumbre.