12/12/10

¡Con tantas cosas…!

Con una ropa que me recuerda a tiempos ya pasados, con el paso corto, la mirada fija, pero ausente… Y el tiempo lento.
Con la abrumadora sensación  de estar tocando el abismo infinito de una mezcla embriagadora de sensaciones. Y el tiempo lento.
Con el agua que repica en el musgo de mi piel, con la atronadora voz del silencio. Y el tiempo lento.
Con pasos, con huellas, con amargas sensaciones desconocidas, pero cercanas. Con voces familiares de un mundo que es testigo de mi permanencia. Con la voz de mi alma incesante, que me recuerda lo contrario, mi impermanente estado vital. Y el tiempo, el tiempo que no avanza.
Con lo positivo y sin fuerzas para clamar respuestas. Con más ganas de seguir que de encontrarlas, por mucho que le quiera dar sentido a lo que no lo tiene. Con tiempo, pero sin él.
Con paso firme, con fuerzas que me acechan, con… ¡tantas cosas!
Sobre todo, ese darse cuenta que nada lo perdona.
Y, mientras tanto, la tarde, que ya no es tarde, sino cercana noche, me abre un espacio ante mis ojos, una claridad, una luz negruzca en forma de remolino…
Me adentro. Estoy ahí, y la noche sigue viniendo, para clarear mañana en la mañana, aunque no haya un dulce, por más amoroso que sea, que pueda calmar mi alma amarga, muy lejos de cualquier consuelo.

28/11/10

LA PIEDRA Y LA ROCA


En los inicios del mundo estaban la roca y la tierra. Ambas llenaban el mundo. La primera formaba grandes montañas, mientras que la segunda creaba un suave manto en la dura roca. Tanto la piedra como la arena (o tierra) exaltaban sus virtudes. Una le decía a la otra lo fuerte que era, la otra enaltecía su suavidad.
La roca era aliada del sol, sabía que su luz y calor le daba vida, permitiéndole brillar en la mañana solitaria. También era amiga del viento, puesto que su fuerza la mantenía siempre pulida, limpia y esbelta. Tanto el calor como el viento consiguieron lo que ninguna palabra había logrado: reducir la piedra lentamente, formando pequeños granos de tierra. ¡Por fin, la piedra había parido desde sus entrañas a la amiga tierra! La roca sentía más que nunca el ciclo vital de la naturaleza: el cambio y la permanencia de los elementos, comprendiendo así a su amiga.
La tierra lo observaban todo y se maravillaba de que a su amiga la piedra le ocurriesen tan fantásticas bendiciones. A ella, sin embargo, no le sucedió lo mismo. Ni el sol ni el viento le servían para compactarse y convertirse en piedra. Antes bien, el viento soplaba tan fuerte que los granos se dispersaban en la lejanía. Nunca los espacios abiertos fueron tan dolorosos para la tierra como aquel día, en el que cansada ya desistió de su aventurera idea.
Todo cambió el día en el que aparecieron las primeras lluvias. Las gotas de agua acompañadas de una suave brisa la sorprendieron. En un primer momento el agua y la tierra formaron una masilla bastante parecida a la piedra. Todo quedó en un espejismo cuando el agua siguió cayendo formando pequeños y grandes charcos y cubriendo de agua tanto a la suave tierra como a la dura roca. Sin embargo algo sucedió después. El aire se enfrió como nunca había ocurrido. Las gotas de agua pasaron a convertirse en copos de nieve que iban cubriendo lentamente el suelo.
Los días pasaron. La piedra sostenía todo, la tierra, encima, hacía de mantel y la nieve adornaba todo del color más blanco posible. Los días siguieron sucediéndose y la nieve se convirtió en hielo. Éste era fuerte y compacto como la dura roca. La tierra fue testigo de cómo un elemento poseía las cualidades de su bien amada roca. Y así fue como la tierra se dio cuenta de cómo nunca iba a tener la dureza pétrea que tanto había anhelado, pero se maravillaba y comprendía, al observar el hielo, las cualidades de la permanencia e inmutabilidad de la hermana piedra, que ahora entendía por primera vez. A partir de ese día, el frío, la nieve y la lluvia fueron los aliados de la tierra.
Cuando regresó el sol, y volvió el viento a soplar, tanto piedra como arena volvieron a dialogar y a enaltecer cada uno sus virtudes. La tierra, la gran olvidada porque nunca se convertía en roca, supo por fin que aunque no supiera de la dureza de la piedra había notado la consistencia del hielo.
Desde ese momento se dice que nacieron las estaciones. Al comprender cada elemento, su sitio en la naturaleza, nadie lucha por comprender las cualidades del otro, pues todo permanece en equilibrio hasta que duran los cambios.

12/10/10

Cuando me he resfriado…

Quiero decir en este día, tantas y tantas cosas como rebosan en mi ser, y es tan difícil ponerlo por escrito… No es que no pueda sino que no sé pintar la realidad para que ésta adquiera el valor que se merece.
Si sólo pudiera ser en “carne viva”, si la piel no ejerciera de frontera, si sólo fuera posible ver sin explicar. Si contar fuera lo mismo que cantar (¡y no sólo es un juego de palabras!), podría expresar lo que siento, sin caer en la vehemencia de querer retratarlo perfectamente.
Pero ahora me encuentro resfriado y me cuesta expresarme y hasta pensar, soy consciente de que soy una marioneta de mis propios virus, y aún a pesar de saber y sentir que hago bien las cosas que la vida me pone por delante (incluso el darme cuenta de mis propios errores), hoy no he podido retratar mi mundo tal y como lo desearía…
Quizá la conclusión más inmediata de mi estado es mi propio estado inmediato, mi imperfección, mi maravillosa imperfección, que me hace ser más fuerte, pues en mi debilidad, en la conciencia de mi pequeñez como SER, en ella, y en su certidumbre reside toda mi fuerza. Como la de un capitán de barco que sabe cuando cambiar de rumbo o cuando poner ancla. Como la afanada ama de casa, que tiene que hacer mil cábalas para que todas las cuentas y todas los elementos de la casa cuadren. O como el futbolista, cuando piensa en un segundo hacia donde va a dirigir su regate.
Querría pensar un “como todos”, pues al fin y al cabo todos “capeamos el temporal” y “todos sabemos darle la vuelta a la tortilla”. Mas, a veces, yo el primero creo que puedo controlar todo y abarcar todos los pros y los contras, convirtiéndome por un instante en un superhéroe codiciado por mi propio ego. Por eso, terminaré diciéndome y “alegrándome” de estar resfriado, pues al final, por mucha metafísica o filosofía, soy un ser vivo, simplemente, al que no le dejan vivir, unos bichitos que habitan en mi CUERPO. “Mi cuerpo…”: ¡tremenda paradoja!

7/10/10

Inesperado

Cuando el carcelero abrió la puerta de la celda, los hombres que lo acompañaban entraron con paso firme, pero de procesión. Eran tres. Cada uno fue colocándose delante del preso de forma ceremoniosa, con las manos juntas y a la altura de sus ombligos, con los hombros ligeramente encogidos y las piernas ligeramente abiertas. En el aire flotaba tensión, y quizás fuese porque cada uno ya asumía los efectos que aquella visita esperada iba a provocar en todos y cada uno de ellos.
Ni por casualidad hubiera imaginado, aquel turista francés, que su segunda noche de estancia en la ciudad de Bangkok pudiera haber sido tan turbulenta, si este adjetivo puede sintetizar los efectos que produce bajar al infierno y a la desesperación, cuando se tiene la certeza de estar tocando, literalmente, el paraíso terrenal, sin haber imaginado antes que este mismo existiera. Iba elegantemente vestido. Con un pantalón vaquero, una camisa de seda de color marrón, una americana blanca y un peinado natural pero con gomina; aquella noche, su segunda noche en esta ciudad, iba a ser su puesta de largo para probar todos los manjares que su goloso cuerpo pedía. Desde que salió del hotel pidió un taxi para que le llevara al centro, pero no al centro histórico, sino al centro del sexo, del sexo y del desenfreno, en una ciudad que siempre le abre las puertas a quien tiene dinero y a quien quiere gastárselo sin medida. Al salir del taxi pagó religiosamente a un taxista que no hablaba nada y que parecía estar pendiente de algo que todavía no había resuelto. Como estuvo en el taxi con los cristales subidos y con el aire acondicionado puesto, no fue consciente de todas las sensaciones de cada esquina por las que el taxi avanzó. Sólo vivió durante el recorrido las visiones propias de los vídeos musicales, mientras el flamante Toyota se deslizaba por las calles, acompañado de por una suave música británica que se exhalaba de la radio del coche. Tuvo emoción al bajarse y no sólo por lo que su imaginación barruntaba sino por lo que vio: luces, ¡luces de distintos colores y formas!, destellantes, rimbombantes, elegantes, sencillas; amarillas, rojas, blancas, azules o violetas. Los letreros que adornaban estas luces estaban escritos en diferentes lenguas, creando la sensación de un Babel actualizado, que se mezclaba con los olores y las conversaciones de todos aquellos viandantes que se movían durante la noche como si fuera de día.
También se hizo de día, ¡pero un día real!, en el calabozo en el que lo habían maniatado cruelmente, después de haber recibido las innumerables palizas que aguantó llorando al principio, y estoica y resignadamente después. Las nociones que pudiera tener sobre el tiempo cronológico, las dedujo por un inusual sentido intuitivo (para su estado), y por la confirmación que el carcelero le dio posteriormente. Sí, el mismo que dispuso la celda para que entraran aquellos tres hombres, vestidos de traje y colocados en semicírculo y a menos de un metro de él. El ambiente, el peculiar ambiente de la cárcel y cada una de las posiciones de ellos tres, que tiraban a lo grotesco, terminaron por asustarlo aún más en vez de ayudarlo.
Nunca le perturbó, por el contrario, lo que hubiera de pasar en esa calle atestada de luces y fuertemente embriagadora. Sus pasos eran elegantes y sinceros mostrando firmemente el donjuán que llevaba dentro. Se cruzó con miradas, algunas les respondieron, otras no, (iban demasiado deprisa para contemplar aquellos pasos rítmicos y seductores). Más de uno se acercó a él, reconociéndolo como turista, invitándole a clubes nocturnos, promocionados por la mirada inquisitiva e insistente de los distintos relaciones públicas. Algunos eran inquietos y bajitos y ni siquiera lo miraban bien, otros, por el contrario, eran más pausados y lo trataban de tú a tú, reconociéndose mutuamente, como si el personaje que representara esa misma noche no fuera sino un personaje prototípico, una puerta de entrada al mundo nocturno, donde los hombres que sabían a lo que iban se reconocían al instante. Caminaba con un cigarro en la mano mientras su cuello iba moviéndose, lentamente, de izquierda a derecha, contemplando, siempre observando el ajetreo, y el curioso y contradictorio orden que reinaba en aquella enorme calle, diseñada para los peatones y construida con y para el dólar. Más de una vez oteó preciosas mujeres de diferentes razas, que lo miraban y seguían en su camino, como si él hubiera descubierto su secreto más íntimo. Cruzó miradas, recíprocamente aceptadas, de algunas mujeres asiáticas. La que más le sedujo fue la de una mujer asiática con cuerpo prieto y estilizado, que vestía un traje blanco y sencillo, nada pomposo. Estaba sentada en una terraza y con la mirada parecía que lo estuviera invitando a tomarse una copa con ella. Era evidente que seducía con facilidad, por su andar, su control del espacio, sus pasos lentos y armoniosos, ¡como si flotara! No dejaba a nadie indiferente. Su marcada presencia iba dejando un rastro por donde pasaba, parecía como si fuera uno de los elegidos, de entre los pocos, que realmente veían lo que pasaba en aquella ciudad.
Quizá fuera por su presencia y por su oloroso rastro, los motivos por los cuales se metió en problemas sin casi mediar palabra. Cuando en aquella noche lo encontraron haciendo el amor, salvajemente, con la mujer que se dejó participar en el juego seductor que él había provocado, ¡todos lo envidiaron! En un reservado del club nocturno, al que bajó con ella, hizo realidad aquel fuerte deseo compartido de dos cuerpos que se sabían jugosos, provocativos y hasta llamativos. Los rasgos físicos de él estaban en ella, se le pegaban en la retina, y las curvas de ella y su simpática sonrisa cobraban vida en él, como si a través de ella entrase en otra dimensión desconocida de su propio campo de visión. Los preámbulos de aquella noche fueron escandalosos y ardientes, pero los dos siguieron. ¡Los dos! Con una copa por la mitad se apartaron juguetonamente a un espacio con sillones modernos y luces azules, más apartado y reservado de la principal barra de aquel club, extrañamente vacío. Los ojos del camarero no pudieron apartarse de la mano izquierda de él, apoyada en su nalga izquierda, mientras la mano derecha de ella se agarraba a su hombro derecho, al decidir irse a una sala más íntima y vacía. ¡Si yo fuera él!, decían los más que observadores ojos del camarero, cuando sintió una leve erección al contemplarlos, y más concretamente a ella, aquella mujer color chocolate, alta, estilizada, de pelo negro y con vestido azul.
De todo lo que sucedió en aquella sala, sólo fueron testigos los ojos de los captores. Parece que se entregaron a sentir, aunque no se quitaron la ropa del todo. Cuando los cuatro hombres que lo detuvieron decidieron entrar definitivamente, ella estaba sentada encima de él, y él estaba dentro de ella. Sólo pudieron ver con envidia los movimientos de sus seductores cuerpos al ritmo de la música, y aquel pelo, aquel pelo picado que caía sobre aquel vestido azul, más subido hacia arriba de lo normal. Por supuesto, ninguno entendió nada, y ninguno pudo defenderse. A la mujer la apartaron enseguida de un empujón y cayó al suelo. Desde allí se quedó viendo la escena… A él lo sujetaron entre tres, mientras el cuarto, le soltó un par de puñetazos en su vientre, con el fin de disuadirlo de todo deseo de liberación. Pareció evidente que los sonidos de los zarandeos advirtieran al camarero, que dejó de servir copas a aquel pequeño puñado de clientes alrededor de la barra. Todos estos giraron la cabeza y miraron una escena desproporcionada. Cada uno de los cuatro sujetaba al francés por una de sus extremidades, mientras con paso firme iban subiendo los pocos escalones que distaban de la calle (diez, como mucho). Algunos de los clientes se miraron entre sí desconcertados y otros miraron al camarero, como si éste hubiera podido convertirse en héroe o sheriff de manera instantánea, sólo por trabajar allí, y sin evidenciar lo injusto que sería tal enfrentamiento.
Las miradas de sorpresa también se sucedieron, pero en la embajada. Cuando aquel día llamaron desde el hospital diciendo que tenían en observación a un paciente con heridas y contusiones más que evidentes, la maquinaria burocrática no pudo detener lo que ya parecía evidente. Estragos iba a causar todo y ya no había manera de detener al cuarto poder al que ellos mismos habían alentado secretamente. Los rotativos de los periódicos ya no podrían pararse, ni siquiera todo lo que se había dejado insinuar en otro tipo de periódicos, pero digitales. Un representante de la embajada francesa en Tailandia, excusando al embajador, en viaje diplomático, había recibido a la policía de Bangkok a altas horas de la noche, y cuando éstos le mostraron la documentación del individuo al que habían arrestado e interrogado, enseguida enmudeció y tragó saliva.
En el hospital todo transcurrió como se lo esperó en sus mismísimos sueños. Atendido, curado, escuchado y rescatado del dolor más profundo, terminó de llorar lo que ya empezaba a ser una mala pesadilla. Ni siquiera pudo recrearse en ver las fotos, las pocas fotos que había hecho esa noche, con una cámara que compró durante el comienzo de su paseo nocturno. Tampoco encontró la manera de recuperar el contacto con la mujer color chocolate, con la que precisamente coincidió por primera vez en esa tienda. No había sido su noche, ni su mejor estancia en el país, ni siquiera la mejor anécdota qué contar. Malamente pudo contener el dolor físico con algunos calmantes que le habían inyectado, mientras, en un pequeño televisor pasaban una vieja película con subtítulos en inglés, que le sirvió de sedante. Estuvo tres días hospitalizado.
Cuando la embajada francesa recibió la visita de aquel ciudadano, tres días más tarde, todo el mundo parecía esperarlo. Y tanto fue así, que pasó de habitación en habitación hasta llegar al embajador, que ya había llegado de su viaje. No tuvo problemas en tramitar la documentación que le habían sustraído; sin embargo, si los tuvo cuando quiso explicar y recibir información y justicia por los hechos desagradables que había vivido. El embajador, como interlocutor e intermediario, siempre citaba la madre patria y un “ya se resolverá… “Las autoridades locales recibirán su merecido”, le dijo. Y todo quedó en un silencio pactado, y en una falsa preocupación que la víctima no descubrió. Es más, saliendo de la embajada se sintió más seguro.
Esa sensación de seguridad la abandonó cuando subió al avión con destino a Francia, un día después de habérselo propuesto el propio embajador. Un viaje rápido, pagado por el propio gobierno, y en asiento preferente, alejaría la posibilidad de que volviera a ser perseguido, le dijeron. Por miedo a cualquier represalia aceptó sin protestar, sin ni siquiera rechistar. El viaje que había planeado tenía previsto una duración de 15 días y sólo disfrutó un tercio; dos días para adaptarse y tres para recuperarse en un hospital. Precisamente su estado, su frágil estado, estaba todavía maltrecho. Y el reflejo de esto lo demostraban sus gafas de sol con la que ocultaba los hematomas de los ojos, mientas varias tiritas sellaban unas heridas que tardarían unas semanas en cicatrizar. Esa fue su compostura en el avión de vuelta a su país de residencia. El periódico lo utilizó como excusa para que el resto de los pasajeros que desfilaban por el avión no se percatasen de su presencia. Y, precisamente, fue en las páginas interiores del diario, donde descubrió la noticia que había tenido en velo a Francia y a Tailanda en los últimos días. Ya la noticia había sido relegada a las páginas centrales, pero para él, la simple lectura de su titular le sobrecogió, de la misma manera que si la hubiese leído en primera página. El titular decía literalmente: “Desmentido, de manera oficial, la detención del narcotraficante francés”. Y debajo del título se decía también: “El individuo detenido parece no corresponder con la identidad del presunto narcotraficante, aunque su parecido llevó a las autoridades a presuponer que habían dado con él después de meses de dura búsqueda.” Segundos tardó en reponerse de los acelerados latidos de su corazón, que se agitaba como en aquella noche fatídica. Y entonces, su mirada y su cuerpo se llenó de nerviosismo, no ya sólo por lo que recordaba sino por lo que (impensablemente) pudiera ocurrirle.
Mientras el avión iniciaba las maniobras de acercamiento a la pista principal, su corazón y su tacto se fundieron en sudor frío, real e inevitable. El avión todavía no había despegado y a cada leve desaceleración que el avión hacía, temía sospechosamente que alguna llamada de última hora fuera a detenerlo nuevamente. Es difícil identificarnos con alguien que está a justo a nuestro lado, compartiendo casi butaca, y pensar que en su fuero interno alberga el desconcierto y la incomprensión, justo cuando nosotros venimos del mismo lugar cargados de recuerdos y de gratas sensaciones. Esa soledad y ese desamparo son duros, máxime cuando no se ha tenido explicaciones lógicas para entender nada.
Tampoco le aclaró ni tranquilizó su ánimo la presencia de la azafata, mostrando su bella sonrisa, mientras comprobaba si los pasajeros llevaban puesto el cinturón de seguridad. Cuando se dirigió a él sus dientes blancos se le pegaron a su cara y los recuerdos aparecieron ya sin posibilidad de intentar reprimirlos durante más tiempo. De todo lo que se le vino encima, lo más que recordó fueron las risotadas incesantes de los tres individuos, aquellos tres individuos que lo torturaron a preguntas incomprensibles y a golpes desconcertantes desde que lo capturaron, aquella infatigable noche; las risas que más le impresionaron no fueron las risas de unos torturadores sabedores de su fuerza y de su consiguiente desigualdad, sino las risas alborotadoras y hasta cómplices cuando decidieron liberarlo de todos sus cargos. Esa especie de “no pasa nada”, “todo ha sido un error”, terminaron por hacerlo casi enloquecer.
Cuando la azafata dejó de sonreír al ver su estado, todo empezó a cambiar. Todo. Como ella enmudeció levemente, comprendió en ese momento que la empatía que conocía, la universal y vieja empatía, seguía siendo vigente, por mucho que se hubiera perdido en los laberintos del dolor. La respuesta que le devolvió a la azafata se tradujo en una leve sonrisa. Con ella, ambas partes dieron por concluida esa leve comunicación. Y mientras ella seguía con su trabajo, él empezó a ver tierra, aún faltando varias horas de vuelo para llegar a su casa.

3/9/10

Monastery of La Rábida

Hay veces, en momentos y en situaciones determinados, que siento una necesidad imperiosa de irme lejos, (de abandonar mi vida) y, aunque sea por unos instantes, dejarme sumergir por torbellinos de experiencias sensibles, nada raras ni peculiares, dicho sea de paso. Quizá sea la música de Vangelis la que más me aproxima a esta sensación, a esta pequeña certidumbre de mi inasible intuición. Con "Monasery of La Rabida", imagino vivencias, ¡posibles! y al mismo tiempo cercanas. Al oír su música me imagino con una taza de café con leche en la mano mientras veo como cae la lluvia por las ventanas y cómo golpea en los cristales. El silencio mágico de una vida que empieza a florecer estaría acompañado por la sensación húmeda que atraviesa mi piel, el olor a tierra húmeda, mezclado por la acogedora sensación de seguridad que transmite mi casa y el olor humeante de un café con leche muy apetecible.
Pero lo más grato, lo más inaudible, lo más puro y pleno, quizá sea mi silencio y las emociones que provocan todo este aluvión sensorial. Creo que entenderéis si me reservo el contenido de este silencio sonoro, aunque he de reconocerlo, me gustaría alguna vez, compartir esta experiencia contigo.

1/9/10

Cada año.

Cuando vuelvo al trabajo cada año, descubro que todo permanece igual y, sin embargo nada permanece inalterable. Es difícil poner palabras a las intuiciones, máxime cuando éstas fluyen rápidas, sin ser percibidas prácticamente. ¿Alguien podría recordar el romper de una ola, tras haber estado observando el mar durante mucho tiempo? …
Sí, amigos. Es el ahora, es la sensación de una vida que florece, que no se da tregua, aunque estemos dormidos para captarla en su totalidad. Quizá sea esa la sensación obtenida cuando he intentado aprehender las cosas desde lo conocido. ¡Nada!, nada permanece.
Pero, tengo la impresión dentro del mundo de las aulas, de que algo anacrónico habita en ellas, como si pudiera captar un leve tufillo del malogrado tiempo que siempre queremos aprisionar. No sé, es sólo una intuición. Creo que los alumnos vienen de la calle pensando que el mundo tecnologizado y fácil será extensible, por ende, a sus seis horas diarias de permanencia en un centro. Y nosotros los profesores, venimos concienciados y preparados para sembrar la maravillosa certidumbre que consiste en tener fuerzas en uno mismo y en sus consecuencias: porvenir, futuro, trabajo, saber o voluntad.
Sinceramente, creo que las intenciones de profesores y alumnos son sólo eso, intenciones. Propósitos. A lo mejor, tanto propósito nos ciegue para no ver atentamente las necesidades reales del propio mundo, el que existe, ¡no el que me imagino! Mas llegará el día (y me pongo profético) que nos bajaremos de tanta utopía y volveremos a ver el mundo con ojos inocentes. Entonces, cada día será uno, y el milagro de la Educación se hará patente.

23/8/10

Como un soplo de viento.

   Hace poco, tan poco que es como si ahora lo estuviese viendo, una posibilidad se enfrentó a otra, pero de otro cariz. El viento de la vida chocó contra la pared del tiempo. Y la eternidad se hizo presente y al mismo tiempo se materializó como esquiva pasajera, de unos hechos que no podrán ser vividos plenamente, al menos de momento. Os hablo de una imagen bellísima que atraía las miradas de todos. Un niño, un pequeño niño de tres años jugaba encima de su cochecito sujetando con una mano un paquete de papas, y cogiendo delicadamente y despacio, una a una, las papas que iba sacando de la bolsa. De pelo rubio y largo, y con unas gafas de sol que lo convertían en un personaje gracioso, pasaba el tiempo sin ser consciente del propio tiempo. No parecía agitado ni ansioso, ni tan siquiera nervioso. Ni tampoco parecía estar preguntándose si sus padres estaban cerca o no. Era luz, no solo por sus movimientos, sino por su tranquilidad, y ¡claro!, atraía todas las miradas. Una pareja pasó cerca de él y se le quedó mirando, y algo sonriente le dijo. Y el niño desvió levemente su mirada, y continuó con su propio juego. Lo mismo ocurrió con el revoloteo incesante de una niña mucho mayor que él. Él la miraba y proseguía ensimismado sin buscar nada, sin pretender cambiar de actitud. Sin embargo, tuvo que ser fuerte a todos los fenómenos que pasaban por su vista, como cuando otra niña, pero de su edad, se acercó a él con intención de jugar. De repente, algo que parecía a una abuela vino corriendo, como poseída, y se llevó a la niña al lugar desde donde estaban inicialmente, no sin antes recibir un castigo incomprensible en forma de nalgadas. Entonces todo volvió a la normalidad, al lugar de siempre, como si paladear la ausencia de prisa fuese un delito. Yo estaba sentado en el asiento trasero del coche de un amigo y desde ahí lo estaba viendo todo. Todo. Desde la vieja bruja que interrumpió mi ensoñación hasta el pitido del que estaba detrás de nosotros, cuando nos advertía que frenáramos para no colisionar con él. Afortunadamente no pasó nada, ni siquiera me afectó el probable rencor que aquella bruja dejó en mi retina. El niño, aquel niño, se quedó jugando carente de todas las implicaciones emocionales de la vida estúpida de los adultos. Y yo me fui, y aún no sé si encontraré otra patria que no sea la infancia.

22/8/10

Sin título.

Te quiero con la cartilla vacía, sin tener los papeles en regla, te quiero como seas, siempre y cuando seas tú y me lo muestres.
Te quiero porque sabes que el uno más uno siempre tiene como resultado el dos, y no el uno, fruto de dividir el uno partido por el uno.
Te quiero porque te sobran las matemáticas, porque nunca supiste de logaritmos ni de empresas que dañaran lo que realmente sientas de corazón.
Te quiero porque nunca abandonarás el misterio ni la aventura. Ni tampoco la palabra juntos, canoa que lleva del infierno al Parnaso, pero aquí, en la Tierra.
Te quiero porque no te andas con chiquitas, porque sabes en realidad que el dolor es amigo, hermano y conocido de todos los que nos rodean, empezando por nosotros.
Te quiero llevando palabras, aun a sabiendas de que el silencio dicta siempre las frases al corazón, sin vías de escape.
Te querré cuando te vea, cuando realmente te vea verdaderamente, y no antes, cuando las fronteras que separan nuestras inquietudes se fundan en ese entonces, y demos lugar a una forma de vida en forma de proyecto.
Te querré desde el preciso instante en el que te despida por la ventana, del mismo modo que cuando te vea de cerca, muy cerca de la profunda intimidad.
Te querré cuando nos veamos, y comprendas quién soy yo y qué cosas no quiero, de la misma forma que el océano comprende lo que es la arena, o los influjos cíclicos de la Luna.
Te querré porque ya no podríamos hablar sobre asuntos inconclusos o complejos, sino del reconocimiento de nuestras miradas, traducido en tacto, temblor, fuerza, suspiro o carácter. Uno, ¡siempre uno!, en una emoción compartida… ¡Si ambos sabemos, lo que es compartir la Vida!

19/8/10

MUERTE A TRES BANDAS

   ¿Por qué no podemos entrar en el interior de las personas?... ¿Y por qué tampoco supe cómo mi hermano durante meses había hablado, sin enterarme, con mi mejor amigo, sobre mí, sobre aquel mal trago?, ¡aquella fatal y seca muerte y aquella dura separación o triste desgarro! ¿Por qué no supe intuir las llamadas incesantes de mi familia a mi teléfono, con el pretexto de hablar conmigo, pero con el fin de evitar lo que ahora ya nadie remediará? Ni siquiera los que ahora me miran con la mirada nerviosa y expectante, quizá más nerviosos de lo esperado, sólo porque una pareja de guardia civiles me sujetan y me están conduciendo al coche de atestados, muy cerca de esta patrulla de bomberos que no se da tregua>>.
Esto, y cosas parecidas, es lo que su mente, o lo que quedaba de ella escudriñaba con aquellos ojos sorprendentemente bien abiertos, como si de un infeliz muñeco se tratara, con aquel paso desgarbado, maltrecho, en una tarde que se había conjurado definitivamente siniestra, con un silencio sólo cortado por unos llantos apagados de algunas de las vecinas que lo conocían. Hasta sus propios amigos, algunos de ellos por fortuna no pudieron verlo, pero los que sí estaban presentes en el momento de la detención y la tragedia oían en su interior una melodía ronca y pausada, emocionada y rítmica, (-¡desgraciado!-, mascullaban), mientras los pasos de la tarde avanzaban más lentos que nunca. Las nubes grises parecían como si fueran otro testigo humano más de una atmósfera irremediablemente inevitable por desgracia.
También aquella tarde se enteró de cómo los amigos le intentaron advertir, días antes, de un caos que iba creciendo y creciendo según iban pasando los días. Para que no siguiese ninguna determinación fatalista lo sentaron más de una vez en aquel paseo costero, y hablaron con él de la desafortunada desaparición de su hijo. Y él, con lágrimas en los ojos y con una cerveza en la mano, miraba al frente, y el romper de las olas lo calmaba por un instante, y seguidamente sentía la necesidad de fundirse con un mar que no hablaba, pero cuyas olas emanaban la misma esencia salina de unas lágrimas incontrolables, que ni siquiera la droga, ni las pastillas para dormir que tomaba sin control médico, podían aplacar por aquel entonces.
La separación, o lo que él eufemísticamente llamaba separación, fue dura, lo más duro, incluso más que lo del niño. ¡Irreparable pérdida! le dijeron en el funeral, aquellos, que no encontraron palabras ni consuelo para imprimir algo de aliento a un alma y a una mirada perdida, sumida en la agonía. Vacío de cuerpo y de alma, tembloroso, cargó el féretro de su mujer, ayudado por vecinos y amigos. El ritmo de la alfombra humana que lo rodeaba era lento, lleno de olores y de diferentes sensaciones a su tacto hipersensible. Sus piernas flaquearon, llorando, por un peso que avanzaba hacia la ansiada separación definitiva de la que tanto habló después, pero sus manos y sus hombros sentían por última vez aquella paradójica gravidez; y su interior más profundo revivía, durante breves momentos, las veces en las que tuvo entre sí la fuerza de su cuerpo mientras hacían el amor. Por un instante la vio viva, aunque enseguida recordó cómo había dicho lo mismo, cuando regresó la tarde anterior, y la vio acostada en el suelo con un bote de pastillas en la mano y la otra abrazando la cuna del niño que se les había ido.
También, aquella tarde, vio cómo las miradas se posaban sobre él y sobre los guardia civiles, ¡como aquel día!, mientras todo el pueblo observaba como ardía aquella casa, su casa, que ahora empezaba a ser reducida a cenizas, mientras los bomberos intentaban apagar aquella desgracia familiar, sin saber a ciencia cierta quién había sido el responsable.

8/8/10

Mismo objetivo, misma búsqueda, igual miedo.

   Cuatro monjes se retiraron a un remoto monasterio en la montaña a fin de dedicarse durante un tiempo a un ejercitamiento intensivo de meditación y la búsqueda de las verdades supremas. Se instalaron en un ala del monasterio y pidieron no ser molestados durante siete días, pues iban a practicar muy rigurosamente y en total silencio. Se habían impuesto el voto de silencio durante ese periodo. Se reunieron la primera noche a meditar. Estaban en un santuario silente y con una acogedora atmósfera espiritual, a la luz de las lámparas de aceite. Los cuatro se sentaron en la postura meditacional. Les acompañaba un asistente que se haría cargo durante esos días de asuntos domésticos. Pasaron dos horas. De repente una de las lámparas amenazó con apagarse, y uno de los monjes dijo:
- Asistente, estate atento y no dejes que la lámpara se apague.
Entonces uno de los monjes le llamó la atención, diciéndole:
- No se debe hablar en la sala de meditación además estamos en voto de silencio durante siete días no lo olvidéis.
Indignado porque dos de sus compañeros habían roto el voto de silencio, otro monje les respondió:
- Es el colmo. ¿ No os recordáis que hemos hecho voto de silencio? Entonces el cuarto monje, desalentado, los miró recriminatoriamente y dijo a media voz:
- Qué pena! Soy el único que permanece en silencio.

3/8/10

No sé.

Y qué será lo que fuese, cuando todo ya se descubre, cuando las verdades aparecen y desaparecen, cuando la meta es difícil seguirla, pero ir marcha atrás es más complicado. ¿Por qué? Seguir la voz de adentro, sin esperar cambios posibles. Seguir, siempre seguir. Por el camino fuertes gritos asaltan las fronteras del abismo, mientras en la cercanía se oyen susurros embriagadores y seductores que me persiguen, que me instan a fijar la mirada en un sueño, en una manera de ver la vida en la que no sé si realmente estoy presente…
La voz, la VOZ, siempre la voz, tal vez seas tú, fugaz pasajera la que siempre te asomas a mi ventana para gritarme cuando no puedo verte, y cuando mis sentidos esperan otra cosa de mí. Quizás seas eso, fiel compañera, amiga, la que llevas la voz cantante, la que decidas cuánto y cómo, dónde y cuándo, esperando simplemente una respuesta que no sé si te favorece.
Adelante, adelante, pasito a pasito, sí, construyendo algo informe, pero con la estructura del corazón, viviendo cada momento como una letanía, como un desfile de cadáveres carnavalescos, que se aproximan valientes, cayéndose sobre mí, como la más densa bruma otoñal. Sí, seguir, seguir, hacia adelante.
Un giro tengo en mi alma, un vuelco, un pálpito, una certidumbre, un sensación sin forma ni color, una captación de lo que permanece y también de lo que se va. ¡Volaría ahora como un pájaro, con el sonido de una guitarra en la mano, oteando los paisajes que me faltan por ver y dando gracias por haber visto las sensaciones que me han producido la presencia de mis pisadas sobre la Tierra!
De antemano, no puedo esperarte. No, y tú lo sabes. Búscame y encuéntrame en algún lugar, sabes que de alguna manera estaría esperando tus palabras, luchando en el frente, sintiendo las sensaciones que desfilan cada día en mi universo. ¡Volar!, ¡sí!, volar, hoy nada me puede, hoy soy ingrávido como una paloma, y tan frágil como el silencio.

Pecado mortal

A mi familia
Introducción
Hans Küng estudió con Ratzinger (o Benedicto XVI), el actual papa. Decían las buenas y las malas lenguas que Küng apuntaba en su época de estudiante como un gran teólogo. Benedicto XVI fue más modesto, no era tan inteligente, pero sí más ambicioso. Su mayor logro fue ser nombrado “Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe” la ex-Santa Inquisición.  Dicen que el primero ha sido uno de los mayores teólogos que queda del Cristianismo, sin embargo su visión siempre fue criticada duramente por Roma, sobre todo, por el aclamado y afamado Juan Pablo II (fundador de la prelatura al Opus Dei y muy crítico con la Teología de la Liberación). La mano derecha de Juan Pablo siempre fue el alemán Ratzinger. El otro alemán, Küng, afirmó desde mucho tiempo atrás, que el infierno era un ESTADO y no un lugar. Sus múltiples declaraciones en este y en otros sentidos, como el ecumenismo, han provocado que se le haya advertido y/o amenazado de excomunión.

PRIMERA PARTE
Entonces te haré bajar con los que bajan a la fosa, con los hombres de otro tiempo; te obligaré a residir en el país de los abismos, entre ruinas sempiternas, con los que bajan a la fosa. Ezequiel 26, 20.
    Entro en una profunda cueva, llena de oquedades, silenciosa, oscura y negra, como el abismo más absoluto. Mis sentidos se adaptan lentamente a todos los fenómenos  que están por descubrir. Primero lo hace el oído, que pasa del ruidoso estrépito exterior a esta apacible calma, casi dolorosa, que lo invade todo. Seguidamente, mi vista se va posando ligeramente en los objetos y en las estructuras que siento próximas a mí, con lo cual, este negro intenso va degradándose en un color grisáceo, que me permite ir percibiendo algunas formas que se me aparecen delante. De lo primero que me percato es de la profundidad del lugar en el que me encuentro y del angosto sendero que me lleva desde donde estoy hacia la base del precipicio.
El resto de los sentidos va adaptándose también a este lugar. No se huele a nada en particular, más bien a vacío, si el vacío puede tener olor. Tampoco el lugar sabe a nada en particular, más bien a algo agrio o amargo, no sabría especificar la frontera entre lo uno y lo otro. Por último, el tacto detecta a través de mi piel un ambiente ligeramente apacible, y digo ligeramente porque presiente que más abajo de donde me encuentro reinará una humedad propia de paisajes inmemoriales y alejada de la verde naturaleza de los bosques secos y cálidos.
Estoy solo, la entrada se me ha taponado desde hace tiempo, no me queda más remedio que ir moviendo el cuerpo, mis piernas, mis brazos, mi cabeza, mi voluntad, en definitiva. Sin embargo, saber que tengo que descender solo, sin saber lo que me voy a encontrar, me atemoriza. Es por eso que decido hacer un rudimentario campamento base y quedarme en él hasta encontrar el mejor momento para proseguir. Donde me encuentro, ni se está bien, ni mal. Se está. Tomar conciencia del abismo que está debajo de mí, por contra, me infunde desesperación, pero no deseo enfrentarme con nada que esté más abajo, sin haber reunido la fuerza suficiente para levantarme de donde estoy e ir bajando a un lugar definitivamente enigmático.
Los días pasan, las semanas, incluso los meses y, yo sin poder dar un paso. No sé cómo percibo el tiempo, cómo lo intuyo, para mí sigue siendo un misterio. Es éste, un lugar donde no hay estaciones, ni reloj, ni tiempo, ni recuerdo de las horas y los segundos. Se podría definir como eternidad, no tiempo, ausencia de movimiento temporal, lago estancado donde reposa la conciencia del minuto y del calendario. Es ésta, la realidad en la que me encuentro y me es imposible escapar de ella. Unas veces trato de compadecerme preguntándome por qué me encuentro en este lugar y no en otro. En otras me reprocho haber acabado de esta manera, sin solución aparente, aislado, solo, vacío, ausente, desesperado…
La necesidad de curiosidad y la curiosa necesidad, ambas de la mano, me han traído a este estado; así que no puedo reprocharme nada, fui yo el que decidió entrar, el que encontró la cueva y el que la anduvo buscando. Ha pasado el tiempo, más tiempo que le descrito hasta ahora. Los siento porque me he acostumbrado al refugio que me conserva y aísla de poder percibir algo más de lo que pueda estar ya sintiendo. Me es imposible ver la luz o usar la inteligencia para resolver este enigma en el que me hallo. Estoy yo y este abismo, que cada vez es menos abismo, porque lo he interiorizado y ahora habita en mí, antes siquiera de haberlo descendido, antes de que mis piernas hayan sentido su tacto.
Como ya he hecho mío este océano de vacío y he creado una imagen, en mi mente, de todas sus formas, he decidido abandonar el refugio y empezar su descenso. Pienso en que imaginarlo y verlo difieren por mucho que intente equipararlos. Además, ya que lo tengo delante de mí, ¿por qué no explorarlo en vez de seguir recreando cómo podría ser? Es por eso y mucho esfuerzo dedicado que me inclino desde donde estoy hasta intentar ver el fondo, que es de una negrura espesa y rígida. Me he concentrado en cada paso que que doy, para no caerme ni para echarme atrás, al encontrarme abandonado a toda suerte. Comienzo, pues, el descenso de este abismo.
El laberíntico camino que desciende serpenteando (hasta donde mi vista puede alcanzar) está ausente de vida. Polvo, piedras y rocas son mis compañeras, en esta travesía que es dura de entrada. Lo primero que percibo cuando mis pasos comienzan a andar es un silencio abrumador, seco, triste y sombrío. No hay nadie cerca, nada alrededor puede hacerme compañía. Estoy solo, abandonado, desesperadamente lejos de cualquier compañía. Echo de menos las risas, la complicidad, el tacto de otra persona, su empatía. Pero estoy solo, y es ese silencio el que me quema por dentro, me abrasa y calcina mi ánimo. Sin embargo prosigo mi marcha, hago acopio de todo el valor que puedo encontrar y continúo el viaje lentamente, paso a paso.
Voy descendiendo y dando todo lo que mi voluntad me deja, esto es, me voy entregando a esta realidad, la voy haciendo mía, voy bebiendo su indescifrable néctar. Cuando ya me he acostumbrado al silencio, a la nada, a la desesperación y a no saber sobre ninguna de las cosas que podrían tener sentido, empiezo a escuchar algo. Primero se me presentan estos sonidos como agudos golpes, provenientes  de distintos lugares, al mismo tiempo. Poco a poco la sincronía de todos ellos crea una sinfonía polifónica, primero en forma de crujidos, luego con sensación de rugidos, más tarde en forma de lamentos…
Estoy caminando por este camino tortuoso, descendiendo hacia este corazón de piedra negra, como la necedad o la ignorancia. Voy dando pasos, asumiendo esta negrura que cada vez es mayor y tropezándome con esta honda letanía de voces y lamentos. Su escucha me da pavor, porque son palabras inconexas, balbuceos, lloriqueos, cánticos. Los sonidos provienen de lejos, de cerca, de las piedras que toco para guiarme, de mis pies; unas veces se aleja de mis oídos, en otras el sonido retumba como la catarata y su explosiva fuerza. Las voces no parecen detenerse, cada vez se las siente más, según voy bajando. Ante mí, además, está la negrura de la que hablaba.
He recorrido un buen trecho de la senda y ahora sigo estando solo, y es ese color negro lo que tengo a un milímetro de mis ojos. Podría intentar morir, pero en este viaje eso es imposible. Algo me dice que encontraré alguna respuesta si sigo descendiendo, y es debido a esta intuición por la que con mucho miedo y con mucha dificultad, continúo el viaje. He pasado del silencio más absoluto, a la negrura más profunda, acompañada de estas voces intermitentes que resuenan por todo el espacio. He decidido sentarme e ir bajando con el cuerpo posado en tierra, para no caerme y para poder sentir cualquier variación del terreno. Cada vez estoy más solo, menos deseoso de encontrar una saludo, más receptivo a todo lo que me pasa. No sé si es por esto que los lamentos que escuchaba se van haciendo audibles, tienen consistencia gramatical y semántica.
Primero capto la palabra silencio, que se repite en varios tonos; luego tortura, más tarde negrura y después tristeza. Todas ellas se van enlazando hasta formar lo que parecería un trabalenguas o un discurso monocorde. Es estremecedor lo que mis oídos están escuchando, nadie podría imaginar cómo y por qué está sucediendo esto, pero algo me dice que es inevitable, que está sucediendo delante de mí. Para olvidarme de esta sórdida evidencia me he cerrado los ojos y me he tapado los oídos. Es inútil enfrentarme a esta realidad pues de sobras sé que no saldré victorioso. He metido además la cabeza entre mis piernas, estoy a punto de perder el juicio. Resisto, tiemblo, desespero, me siento perdido. Entonces, después de haber estado en esta situación durante un buen rato, me he dado cuenta de algo fundamental que no había percibido hasta ahora. Las palabras, las voces que oigo y esta negrura que está delante de mí tienen algo en común, algo tremendamente increíble y que ahora percibo con claridad.
Es atemorizante lo que he descubierto: toda esta oscuridad y las palabras, que con ese volumen retumban en mi cabeza, forman parte de mí mismo. Las palabras tienen mi tono de voz y el contenido de las mismas guardan relación con algunos de los fantasmas más amenazantes, que siempre me han poseído. Esta opaca negrura se parece también a la poca claridad de mi alma, las veces que no he visto la relumbrante luz del ser. Cuando descubro esta relación algo mágico sucede. El ambiente donde estoy se ilumina totalmente, dándome cuenta que me encuentro en la base del precipicio. Las voces se han silenciado. Aunque me encuentro todavía en un ambiente de silencio, éste tiene otra estructura. Es un silencio más sereno, menos sobrecogedor. Después de captar el lugar en el que estoy, la solidez de las piedras que lo componen y la increíble bajada por donde he descendido, observo mi ropa, toda sucia, roída y hecha jirones.
Estoy completamente exhausto, pero sin embargo estoy calmado porque he llegado a comprender algo de esta caverna que me tiene prisionero. Decido moverme, salir por fin de este lugar, aunque primero tengo que encontrar la salida. Unos pasos más adelante algo que me estremece se posa ante mis ojos. Se trata de una silla en la que está un niño sentado. Es pequeño, no le llegan los pies al suelo, aunque es lo suficientemente grande para no ser confundido con un bebé. Está triste, lloroso diría, tiene un codo apoyado en un muslo y su puño sostiene la barbilla. Parece o darse cuenta de mi presencia o le da igual sentirse solo o acompañado. Cuando me acerco lo suficiente y le increpo palabras que le hagan salir de ese estado, lentamente va incorporándose y es desde ese momento, cuando todo lo que había visto cobra sentido, dejándome perplejo, ambas cosas por igual. El niño que se incorpora es mi misma imagen de pequeño.
No es que se parezca a mí, ese niño soy yo cuando era pequeño. Múltiples emociones me vienen, pero la primera que me surge es la de abrazar a ese niño. Antes de hacerlo le pregunto: ¿quién eres y qué haces aquí? Me responde con una cadencia que me resulta familiar: –soy parte de ti; éramos uno antes de que te olvidaras de mí y me arrinconaras en esta lóbrega caverna. Te olvidaste de mí, de mi inocencia, de mi espontaneidad, de mis risas y de mis emociones. Llevo muchos años aquí aislado.
No sé cómo me siento al revelarme tal noticia, tal descubrimiento, tal revelación. Lo cierto es que ahora todo el rompecabezas encaja…>>


…Ésta es la trascripción de la grabación de audio, fruto de una  regresión, practicada al paciente X en una sesión de psicoterapia, hace unos años. Queridos alumnos: no sólo está claro que la infancia es la morada del adulto; también la caverna es el acceso a los paisajes más inconscientes y reprimidos del ser humano. El paciente que habéis escuchado sufría una profunda depresión durante años. Después de intensas sesiones de tratamiento, se logró que se diese cuenta de toda su realidad interna. No sólo tardó tiempo, que le fue costoso ser consciente de que su vida cotidiana era como esa caverna, lóbrega y fría. Sin recordar cómo era verdaderamente, había vivido solo y ausente. El niño era su esencia pero la caverna: SU INFIERNO.
Epílogo: No hay nada más real que sentir cómo real aquello que siempre ha sido considerado contrario a la supuesta verdad. Verdad que es, esencialmente, una gran mentira.

¿Qué aprendí? Que al infierno se entra solo, nadie nos empuja y que se sale con nuestros propios pies, los del la VIDA.

matisse_baile

18/5/10

A Alba

Después de una semana de vida, cada día es un triunfo, a cada instante, en cualquier momento. Ésta es mi nana para ti, Alba.

11/3/10

De corazones.

Otro de corazón abierto que va por detrás. Otro de corazón hendido que no piensa el nunca más. Otro que piensa salirse, otro que espera esperar. Otro que quiere y no sabe. Otro que ya nunca volverá.
Quizá sea el mañana lo que deseen tus labios de esmeralda, ahora que la primavera llama a tu puerta. Más tarde puede que sean los gozos, pero ahora, amigo, ahora sólo quedan las distancias. El tiempo.
A lo mejor sea ése el problema, acostumbrados al timbre del silencio, nos asomamos al balcón de los sueños, anhelando el pasado, nuestro gran porvenir.
Mas ahora me ves diminuto, encogido, porque ese es el jeroglífico de nuestras vidas. Una vida que viene y una vida que va, calzada o no con la compañía de la aurora. El vino tinto de todas las mañanas, la soledad más profunda, en esta barca de la vida que llamamos muerte.
¡Y tú me entiendes!, porque está hecha con amor, con promesas vagas que aletean alejándose rumorosas al contemplar su estado.
No huyas tú, sostente, ¡mantente vivo! Despierta amigo, adelante compañero. Vamos desapareciendo, tú, yo; tú que has comprendido que no estás solo, yo, que no he comprendido nada todavía. Más bien que huyo, de lo irrefrenable, de la pérdida total, del silencio más austero.
En la noche más avanzada no te permitas contar olvidos, promesas o desencantos. Resístete a vivir atado. Contempla, entonces, tu estado y vive tranquilo, porque nadie va a dormir, nadie llamará a tu puerta, pero tú, amado amigo, tú si puedes sostenerlos en su presencia. ¡Qué no tarden tus manos, que se retrasen tus ojos y que tu boca sueñe palabras en cada prueba que la vida disponga!
Ojos, labios, manos. Un himno a ti cantaría, ¡pero deja que me quede aquí adentro, junto a tu compañía!, en tus brazos, en el alma que tú has creado.

10/3/10

Ella baila sola

  • Amores de barra

  • Cuando los sapos bailen flamenco

3/3/10

Relieves

Todos son relieves. Tus caderas, tu pecho
y hasta tu hermosa sombra.
Como colinas cargadas de verdor
se yerguen ante mí, llenas de preguntas.
Mi corazón, dormido, te responde sin cesar,
¡aquí estoy!, abatido de tanta espera.
Mientras tanto, en la demora de ti,
me pregunto por qué te confundí tanto,
sin tenerte en cuenta.
Todos son relieves, la montaña que decrece,
el sol imponente y tus labios que asustan.
Me alegró saber que no andábamos en sueños
cuando vimos recitar a la noche, esa melodía
hecha de ensueños y de amores.
Distinguí la literatura en ambos, y no me avergonzó
no dormir cargados de una sensualidad prometida.
Todo son relieves. Para mí no hubo diferencia
entre el sol del crepúsculo y mis deseos
cuando te buscan.
De la redondez de tus pensamientos
brotó un puente que enlazó mi alma asustadiza
y tu firme convencimiento,
que me citó para un mañana que no ha llegado.
Todo son relieves, desde tu sacrosanto pelo
hasta tu grácil pupila que me mira desconcertada.
Desde la firma promesa de un encuentro
hasta la realidad de esas noches
en las que vestimos al alma de desnudez.
Todo son relieves. El desconcierto adopta la forma de roca,
el abeto de un hasta luego incierto.
Tu risa, albaricoque que no verá la mañana próxima
ante mis ojos dormidos.
La luna ya no me velará ni me mecerá en su silueta.
Sin embargo, habrá otras razones para volver a buscarte.
Una llamada perentoria que nos haremos desde lejos,
un suspiro no correspondido,
una salutación firme desde nuestras almas.
Quizá la profunda nada o por contra, el prometido relieve
que nos hizo dormir abrazados.
Todo eso, sólo lo sabes tú.

10/2/10

Del deporte.

A Orlando.
Hay frases, expresiones, que surgen, que se someten al movimiento, que cambian, de boca en boca, a pesar de que en un principio fueran todas una: propiedad del hablante.
Del tenis: dar un revés, lanzar un “drive”, pelotear, saque de fondo.
Del boxeo: no tirar la toalla, estar contra las cuerdas, quedarse k.o., noquear, no durar un asalto.
Del fútbol: casarse de penalti, tener una ayudita del árbitro, entre otras.
Del ajedrez: jaque al rey (referido a cualquier figura aristocrática que se precie en tal calibre), no mover ficha (sin saber).
Del golf: hacer el par (completar un hoyo de 5 golpes).
De la lucha canaria: contrear (dar la contra), o toque para atrás.
De la natación: nadar y guardar la ropa.
De la vela: recoger amarras, replegar velas.
Del béisbol: llegar a la primera base.
Y así sucesivamente, eternamente.

matisse_baile

27/1/10

Los descubrimientes.

Son esas cosas que viajan al son de los cascabeles de la vista, son las extrañezas que cargan vistosas los apalabrados del silencio, provistos de cadenas y de fundas para no ser vistos.
Los descubrimientes son las sulfúricas fuentes desde donde parten las broncíneas luces del amanecer.
Tras ellas quedan un resto de variadas situaciones, enmohecidas, desgastadas, abiertas, celosas de su ser.
Y, he aquí, que dentro de la corriente salínea de la vejez, fluyen las corrientes ambarinas del movimiento hasta salir.
Nuevamente, entonces, los rumores del café, el viento, las membranas de la cordura repican incesantes ante cada llamada del color y a cada sonido del tranvía.

La Odisea: Canto III

[…] <<¡Sénos, reina, propicia, concédeme a mí  buen nombre y a mis hijos también y a su madre, mi esposa! Yo, en cambio, en tu honor mataré una becerra de un año, frontuda, indomada, jamás puesta al yugo por manos humanas, y al llevarla al altar chaparé sus pitones de oro.>>
Tal habló en su oración, escuchósela Palas Atena; retirándose Néstor gerenio, guiador de corceles, a sus hijos y yernos condujo al hermoso palacio y en la noble mansión del monarca sentáronse en rueda por sillones y sillas. Ya todos allá, preparóles en una cratera el anciano una  de vino generoso; guardado once años, habíalo la despensera sacado; y soltó de las tapas los hilos. De él el viejo vertió en la vasija. Libando a Atenea, invocó largamente a la diosa nacida de Zeus que la égida embraza. Los otros libaron, bebieron a placer, mas el sueño les hizo volver a sus casas, mientras Néstor, gerenio, guiador de caballos, llevaba en la suya a Telémaco, el hijo de Ulises divino, a dormir sobre un lecho tallado en el atrio sonoro. Puso cama a su lado a Pisístrato, el único hijo que quedaba soltero en sus casas, gran lanza y gran jefe, y se fue donde al fondo de la alta mansión le tenía preparadas las ropas del lecho de su esposa, la reina.
Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa, levantábanse Néstor gerenio, guiador de caballos, y, dejando el palacio, sentóse en los bancos de piedra refulgentes de blancos y limpios que había por delante de su excelso portal; sobre ellos en tiempos antiguos se sentaba el gran Neles igual en consejo a a los dioses; pero ya por la parca vencido moraba en el Hades y su cetro y sitial poseíalos Néstor gerenio. […]
Trasimides el de ánimo ingente, nacido de Néstor, se acercó y, descargando su hacha, rompióle a la bestia la cerviz: desmayado cayó el animal y elevaron sus clamores las hijas, las nueras, la esposa de Néstor, primogénita que era de Climeneo. Eurídica augusta. La cabeza a la víctima irguieron del suelo y al punto degollóla Pisíatrato, el jefe de los hombres: brotóle negra sangre y, con ella, escapó de sus miembros la vida. En seguida partiéronla en trozos, cortaron los muslos y, guardando los ritos, echáronles grasa a ambos lados, colocaron encima tasajos aun crudos y el viejo, encendiendo la leña, asperjóla de vino espumante. A sus lados los mozos tenían asadores de cinco largas puntas: quemados los muslos y ya devoradas las entrañas, el resto espetáronlo y fueron a asarlo con el mango cogido, arrimando al hogar los espiches.
A Telémaco en tanto bañó la gentil Policasta, la menor de las hijas de Néstor Neléyada y, luego que le tuvo bañado y ungido de aceite, ciñóle una túnica, un manto precioso: saliendo del baño parecíase en figura a los dioses eternos, y vino a ocupar su lugar junto a Néstor, pastor de su pueblo. […]
Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa, tras uncir los corceles subieron al carro vistoso y dejaron el pórtico atrás y el umbral resonante. Al chasquido del látigo el tronco voló sin pereza y salieron al campo y sus trigos: en una jornada terminaron su ruta, que así adelantaban los potros.
A ponerse iba el sol y las sombras ganaban la calle.

La Odisea, de Homero.

Canto II
[…] <<¡Ay Telémaco, altivo en discursos, sin freno a la ira! ¿Qué has osado decir y qué afrenta has querido infligirnos? Los galanes no son los causantes de tales dolores, es tu madre más bien, la mujer sin igual en astucias: han pasado tres años y pronto dará fin el cuarto en que engaña el corazón de los hombres aqueos; les va dando esperanzas a todos, les manda recados y les hace promesas, mas guarda en su mente otra cosa. Y diré de otro ardid concebido en su pecho. En sus salsas suspendió del telar una urdimbre bien larga y tejía una suave tela extensa y a un tiempo nos dijo: “Pretendientes que así me asediais, pues ha muerto ya Ulises no tengáis tanta prisa en casar, esperad a que yo acabe esta tela que estoy trabajando, no pierda estos hilos; la mortaja será del insigne Laertes el día que le alcance la parca final de la muerte penosa; que ninguna mujer entre en el pueblo me lance reproches por faltarle a él sudario teniendo tamañas riquezas.[…]
[…] Tal le dijo Atenea y al punto avanzó por delante con presteza y el joven marchó tras sus huellas divinas. Y hete aquí que, llegados al mar y al bajel, encontraron en la playa a los buenos marinos de largos cabellos y el augusto Telémaco, vuelto a sus hombres, les dijo: ”Bien, amigos, traigamos la carga, dispuesta está toda en mis propias estancias, mi madre quedó sin sospecha, las esclavas también: a una sola di cuenta del caso”.
Tal diciendo delante marchó, le siguieron los otros y, trayéndolo todo, lo fueron poniendo en la nave según iba ordenándolo el hijo de Ulises. Al cabo en el barco Telémaco entró; le guiaba Atenea, que fue luego a sentarse en la popa; Telémaco al lado se sentó de la diosa; los hombres soltaron amarras y, embarcados que fueron ya todos, pusiéronse al remo. Mas Atena ojizarca mandóles un viento propicio cuyo soplo sutil susurraba en las olas vinosas; al momento, Telémaco diole a su gente la orden de echar mano a las jarcias, pusiéronse todos a ello, en la hueca carlinga encajaron el mástil de abeto, que afirmado quedó al anudar los estayes, e izaron con las drizas de cuero trenzando la cándida vela. Azotándola el viento en mitad, quedó inflada; las olas que iba abriendo el estrave chillaban con recio silbido y el bajel avanzaba en el mar despejando su ruta. Una vez bien sujetos los cabos del negro navío, las crateras sacaron colmadas de vino e hicieron libación a los dioses de vida inmortal; ante todo a la virgen de glaucas pupilas nacida de Zeus. Tal el barco en la noche y la aurora se abrió su camino. […]

26/1/10

La Odisea, Homero.

Canto I
[…]   Contestándole dijo Atenea, la diosa Ojizarca:
   <<Pues yo voy, extranjero, a explicártelo todo fielmente. Me proclamo nacido de Anquíalo el discreto: soy Mentes, el señor de los Tafios, nación de gozosos remeros; con mi barco y mi gente he llegado hasta aquí navegando por las olas vinosas con rumbo hacia tierras extrañas, hacia Témesa en busca de bronce llevándoles hierro reluciente.>> […]
atenea

Rememorando III

Rememorando II

En este anuncio refrito, se actualizan las voces de Undrop y su “Train”, y se repiten voces del público, como en la célebre: <<El bajo entra tarde>>.

Rememorando I

23/1/10

Yu y la inundación

De el libro “Espejos”, de Eduardo Galeano.
  
   Tras la sequía, llegó la inundación.
Crujían las rocas, aullaban los árboles. El río Amarillo, sin nombre todavía, tragó gentes y sembradíos y ahogó valles y montañas.
Yu, el dios cojo, vino en auxilio del mundo.
Caminando a duras penas, Yu entró en la inundación y con su pala abrió canales y túneles para desahogar el agua enloquecida.
Yu fue ayudado por un pez que conocía los secretos del río, por un dragón que marchaba delante desviando el agua con la cola y por una tortuga que iba detrás cargando el lodo.
(También en este día)

Dragón

2000 rincones


Humo, plataforma inmóvil donde se asienta el misterio, el secreto frágil del encuentro, el alejamiento de las formas y la aparente sensación de quietud: el oleaje por el que varan las gigantescas ballenas del entendimiento.
Humo, amanecer en la ribera del cuento, maravillosamente escrito por las agujas de la cotidiana presencia escrita. No hay motivos, sólo agallas, transformadas en raudo y veloz viento desde el centro de la tormenta.
Presencia, alcance, retrospectiva, perspectiva, acción. Cualquier movimiento es bienvenido a la llamada boreal de la quietud. ¡Aroma!, fragancia, sonoridad perfecta. ¡Silencio!
Atrevimiento, motivo, duda, alcance. ¡Silencio! En vez de contar los hechos, es mejor, motivo para la celebración de una bienvenida, la cálida palabra del después.
¡Y entonces! Entonces quedan 2000 rincones!
Presencia, alcance, retrospectiva, perspectiva, acción. Cualquier movimiento es bienvenido a la llamada boreal de la quietud. ¡Aroma!, fragancia, sonoridad perfecta. ¡Silencio!

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El último primate

Llego tarde como siempre, ya lo ves
¿qué hora es?,
no quiero contarte lo mismo una y otra vez
hablo poco,
bebo más de lo debido.
No digo nada
todo en mí parece repetido
y ahora siento que tienes cara de otro.
Solo quiero estar callada
te veo fuera de foco
y te esfumas poco a poco
como el humo de un cigarro.
Y gritaré, gritaré hasta llegar a ti.
Gritaré, gritaré hasta llegar a ti.
Y si estás tan acabado,
fumigado, aniquilado,
arrasado y envasado por estar aquí a mi lado.
Gritaré, gritaré hasta perder la voz.
Porque cuando aura en voz baja
no te paras a escuchar.

Sin más estaba en luna llena
quedaba sin manada
a punto de extinción.
Oscura como mi sombra
que perdió tu silueta por error.
Y gritaré, gritaré hasta que encuentre una razón. Soy el último primate convertido en francotirador.
Y ahora apunto hacia tu cráneo
porque el pulso no me fallará,
me queda el desempate
remitido y desarmado,
mi amor no fue lo bastante.
Y gritaré, gritaré hasta llegar a ti.
Porque el tiempo nos espera y nos dará la razón.



Grande y oportuna Najwa.

22/1/10

A día de hoy.

  • Me acuerdo de los resultados de la Organización no Gubernamental (eso creo), Transparency International y la publicación de los datos, a finales del año pasado, de los niveles de corrupción en el mundo: (Ver enlace). En ellos se destacan varias cosas: En primer lugar los mismos de siempre están en los mejores puestos, incluida Suiza, el 5º, a pesar de que es el país que más libremente acepta en sus bancos, capital de toda índole. A pesar, también, de ser el país fundador de la Cruz Roja.
    En último lugar está Somalia, y las crónicas de sus piratas, seres que parecen anacrónicos, en un mundo que se hace realidad, ya, ante sus fugaces ojos. España estaba en el puesto 32, por detrás, San Vicente y las Granadinas, demostrando que la honradez, no se presupone por los kilómetros cuadrados de su territorio. A veces es inversamente proporcional.
  • También a día de hoy, recuerdo la clasificación de Reporteros Sin Fronteras por la Libertad de Prensa. (Ver enlace) En ella España está en el puesto 46, por debajo de Cabo Verde, lugar al que las empresas españolas acuden presurosas. Sin embargo, recordemos cómo el Estado censuró la portada de la revista El Jueves, hace un tiempo, en la que aparecían unas caricaturas que se parecían a las imágenes de los Príncipes. ¡Una revista!, qué harán con un libro.
  • A día de hoy, me acuerdo de Luis Eduardo Aute.

20/1/10

Hoy

Hoy en San Sebastián, Donosti, se celebra la Tamborrada. En la página de la ciudad se explica el origen de esta fiesta. (Ver enlace).
En el texto que acompaña a dicha festividad, se enuncia que ésta (entre muchos orígenes) <<[…] comenzaba un ciclo de fiestas que daba fin el martes de carnaval, con el Entierro de la Sardina. A la Sociedad "La Fraternal" sucedió la "Unión Artesana". A las cinco de la mañana y encabezada por tres heraldos a caballo, empezaba el desfile, uniformados los tamborreros de milicianos de 1800 y redoblando parches y barriles al son de las marchas interpretadas por una banda de música que cerraba el cortejo. Después vino la de Euskal-Billera y, más tarde, se fueron multiplicando las tamborradas por los barrios donostiarras […]>>.

Hoy también en Santa Cruz vemos ecos de la festividad, que ya otros disfrutan:

P1010902
Al lado del monumento al Chicharro, se erige un árbol artificial, con intenciones estéticas, que en su base recoge el siguiente lema: zonacentro.
No sé si este año la figura de la sardina partirá engalanada de esta artificial costura, o por contra, emulará la figura del Chicharro que está detrás.
A día de hoy no sé que pasará.