28/4/19

Deber o no deber



Cuando el deber no depende de ti, es un deber doble.
¿Quién señaló la palabra después?
Ayer caminamos montañas, prados, tormentas
y valles que iban a la deriva
en los que no se veía el mar ni la ribera.
Íbamos con la cuerda del destino, atados,
sabiéndonos mortales, pero probamos el elixir
y nos creímos eternos, esa fue la morada y,
el salvamento, solitario, fue mortal e imperecedero.
Hoy, siempre hoy, el olvido muerde como un león,
se asfixia, ruge en la lejanía esperando la presa,
la recompensa prometida que no llega y se remansa
la posibilidad de ver la cercanía del reloj inminente.
Y en el caos, se tiene la certeza de que el deber
ya fue y se asoma, saludando, la libertad que nos unió
y por la que el destino sembró de tormentas
la autenticidad y la responsabilidad de una voz
que se alza, para no llegar ya apagarse
bajo ningún tipo de deber en este presente eterno.

27/4/19

La velocidad de la luz

Las mañanas empiezan rápido,
sin frustración, pero llena de conflictos.
La marea tiene que estar bajando,
o subiendo, quién sabe.
Aquí abajo, en el mundo de los vivos,
todos los que se salvan, olvidan
que una vez estuvieron prisioneros y que,
al liberarse, ya no recuerdan su travesía en el desierto,
si la hubo. Oigo la distancia, escucho los recuerdos
y pongo atención en lo que hay y existe
y el silencio es una nueva melodía cargada de simbologías.
Este día de hoy no ha existido aún,
es por eso que la memoria tiembla
porque sabe que ayer fue su momento.
El tiempo lo sabe todo pero nunca fue juez,
abogado o fiscal, a eso hemos reducido
las categorías físicas: a la velocidad de la luz.

23/4/19

Transparente biografía



La primera vez que vi,
a través de un espejo sin reflejos,
yo era muy joven. Existía
la sensación, la vivencia
de tratar de ocultar lo evidente,
cuando todo estaba expuesto
como un niño que tapa con sus ojos
a la vida. Y allí estaba yo,
mirando sin respuestas, observando
como un ignorante espectador
muy lejos y muy próximo
a mí, pero sin encuentros
ni reflexiones profundas,
como la rueda del microondas
que solo marca el paso del tiempo,
pero que no hace juicios de valor.
A veces me derramaba,
a veces estaba a punto o caliente
o frío. Y sí, siempre fui circunstancial
como este electrodoméstico,
a ratos activo, desconectado, triste,
alegre sin saber por qué,
cuando eran otros los que sí reflejaban,
los que sí observaban. Y mientras,
yo solo esperaba que alguien girara
la ruedecita para sentirme contento
y pedía que no lo hicieran todos
a la vez (lo suplicaba con palabras
cuando a mí me tocaba ser el juguete)
y me enternecía y lloraba cuando
la broma del juguete era real
y sentía la tensión, la corriente,
la intensidad, pero de otro voltaje.
Viví debajo de la superficie,
buceador sin aventuras, un niño
que esperaba su momento
y soñaba con el futuro y las ideas
como esperanza de un mundo utópico
que se manifestaría como verdad.
Idea y realidad, tardé años en ver
con claridad esta diferencia.
Mientras tanto, ya estaba armando
mi castillo de naipes,
(cualquier estructura de ideas es irreal)
y esta era ambigua, paradójica:
me hice más fuerte, más invulnerable,
aunque todos sabían que dentro
estaba asustado, y me pellizcaba
aún soñando y admirando
la solidez de “La casa de los 3 cerditos”.
Tardé todavía más años en saber por qué
existía un lobo que me perseguía:
mucho tiempo pasó en aquel laberinto.
Luego vino cierto despertar,
cierto amanecer, el alba tenue
de tiempos grises y, en aquellos labios,
tuve la felicidad en mis manos.
Pero todo se veía estrecho,
yo era un reducto, no una profecía
y así le temía al mundo y a la vida
y hui de ella y me alejé.
Más tarde esa estrechez cambió
y me enchufé al calor del tiempo, pero
mágicamente, cambié el espejo
por otro espejo: era una vida más opaca,
un sueño dentro de un sueño
y la delgada tela, el fino alambre
se rompió y se hizo el silencio
durante años, fría realidad de aprendiz
en la que tuve que saberlo todo
por primera vez. Solo.
La estrechez pasó a ser oscuridad
y jamás (pensaba) iba a saber
relacionarme en el mundo de los vivos.
Anduve pacientemente el laberinto
y hallé respuestas lentamente.
Mi pasado se hizo presente y descansé.
Todo lo demás desembocó
en mis cuerdas vocales y volví a ser
como el caballo al que le han quitado
la venda de los ojos, perdí el miedo
y empecé a sentirme centauro
y era mi cuerpo y mi inmediatez
la medida de mi mundo.
Las ideas, aborrecidas ya, solo eran un mapa
un enfoque, pero no luz que alumbraba.
Y ahora solo quedo yo: sin miedos.
Atreverse, soñar, decidirse, permitirse, 
alcanzar a ser protagonista.
Y ya el cuento trajo su final:
el hombre llegó a hombre,
no porque no tuviera fallos,
sino porque en la tempestad
soñó y pisó la playa de arenas doradas
empezando una nueva aventura,
en el reino de la vida que tanto cuestioné;
como cuando se levanta una plancha
metálica llena de polvo y restos de pintura
de una habitación vacía, solo queda sacar
el impedimento que no deja ver el suelo limpio aún, 
en una casa limpia y recién ordenada.