18/8/09

El puerto

Todos salimos de una estación y llegamos a otra, o a un puerto...


Como buen puerto, he visto llegar a mis costas barcos de todas las procedencias y tamaños: grandes y no tan grandes, engalanados, sofisticados, alternativos, tan alternativos que cualquiera diría que no se trataría de un barco, sino más bien de un barco que sin serlo, imita a otro barco, tan seguro él de su estudiada pero fingida, camaleónica presencia.

Soy un barco antiguo y joven. Mis piedras, mi estructura son de un material inmemorial, hecho con polvo de estrellas y suspiros de almas que esperan a la par, un beso en el alma y la tan deseada hora de terminar de trabajar.
No soy un puerto cualquiera, soy el puerto que siente cada día cómo es desembarcada, mercancía de muy distinto género: un saco y otro saco y otro de responsabilidad, de trabajo; una caja de pinturas con las que colorear mi cuerpo, un espejo y otro espejo; ¡qué bien! es estar rodeado de estos finos objetos, de estos seres que en su inmovilidad me muestran mis grietas, todo mi tamaño y mi inesperada belleza...
En mis años de existencia, de creación he visto pasar, como decía, incontables barcos y he perdido la cuenta, adrede, porque, curiosamente, no sé llevarla. En algún momento, más obligado por las recomendaciones de oros puertos cercanos y otros más lejanos, casi sentenciado por algún tratado internacional que se ponía de moda, cobré la entrada a todos los que atracaban en mi ribera, aunque fuera por horas o por meses. Aprovechaba ese momento para actualizar su pasaporte y para registrar sus llegadas en mi libro de visita. Por el módico precio de un ¡hola, qué tal! o una sonrisa, mi casa estaba preparada para recibir a los viajeros más intrépidos y más familiares.
A veces el peaje cambiaba y le pedía a los navegantes que me contaran cuántas lunas había en Orión y cuántas frases serían necesarias para cambiar el estado de ánimo al universo. Eran peajes todos ellos absurdos, con los que comprendí que no podían tener valor, en un mundo que era de por sí un peaje. Un mundo donde navegar y navegar era el destino de cualquier ser vivo y su mayor desdicha era ver cómo las inclemencias del tiempo y el descontrol de los capitanes y capitanas que gobernaban los barcos se iban a la deriva, zozobrando en ese mar, en ese océano de vida sin saber por qué... Dejando de avanzar cuando había que avanzar, porque la vida les cobraba su tributo: retroceder, frenar, caer, gritar, morir...
Y yo, puerto de mar y de río, de vida, no puede sino enmudecer y el silencio lo dijo todo.

12/8/09

Coldplay

El sonido, la sensibilidad, ¿pueden abandonarnos?...

11/8/09

Las cosas son lo que son. Pero, ¿y cómo son miradas éstas para que puedan ser percibidas como lo que son?, si cada uno de nosotros tiene una mirada, un enfoque, una interpretación sobre las cosas que ve y siente.

Si realmente existe la capacidad de ver más allá de nuestras propias subjetividades es porque existe en nosotros un actitud primaria y primera, antes de que todo nuestro aparato perceptivo actúe...

¿En este nivel exitirían los valores universales tales como el bien o el mal? ¿La belleza? ¿La justicia? Y, ¿¿la verdad??
Esta foto es de un árbol, un ser natural, testigo de una de las atrocidades mayores que ha hecho otro ser, pero en este caso, humano. Este árbol está dentro de Schsansenhausen, un pequeño (perdonen el eufemismo) campo de concentración alemán. No sé cuando ha sido plantado, si antes, durante o después del genocidio, pero lo cierto es que es testigo sin palabras de todo lo allí vivido. ¡Cuánto odio habrá tenido que soportar! ¡Cuánto dolor, impotencia y locura asesina habrá tenido que destilar de su tronco y ramas! ¡De cuántas lágrimas habrá sido cómplice! Sin embargo, no se dejó arrastrar por el pesimismo colectivo, ni por la venganza, ni si quiera por el rencor. Por encima de todo eso está la vida, su vida, una vida más frondosa que cualquier otro árbol y lo refleja en sus ramas. Una vida que le sale al paso a la vida, tirando del carro, y que nos permite ahora, que me permite ahora, empezar a ver VIDA, a través de él, en un lugar donde a un ser HUMANO puede costarle encontrar de nuevo la vida.

10/8/09

¿Cómo empezar saludando? Diciendo ¡hola!, bienvenido, bienvenida, ¿qué tal?...
No lo sé. Quizá si los cinco sentidos pudieran dirigirse hacia alguna de esas palabras y consiguieran agarrarla, mirarla, olerla, gustarla (paladeándola), oírla detectándo su forma, simultáneamente... ¡¡Los cinco sentidos en cada acción!!
Y si además no hubiera palabras sino sólo la presencia; si fuésemos capaces de captar la presencia desde el silencio y desde la distancia, no habría palabras. Sólo una cordial bienvenida...