30/11/15

Esto



No sé qué decirme cuando me encallo,
varado en esta tierra de inconstantes verdades,
esperando, encontrando fronteras a cada paso: límites.
Por un instante la alegría se esfuma, se queda reflexiva,
inerme, expectante, y sale la cara del dios de la verdad
exigiendo justicia, recitando sermones, sabiendo qué hacer,
en la distancia… Aunque yo solo quiero una palabra calurosa
de mi yo a mi yo, de mis fronteras  a mi pie, de mis límites a mis pasos
y dejar de temerle al escurridizo centurión que vigila la puerta,
aquí, en este momento, que ya no es distancia ni frontera,
sino ahora.

16/11/15

Bataclan tiene que convertirse en mito



Estoy aquí, sentado en el sillón, escuchando la radio y esperando… Tal vez nadie lea esto, qué más da, no creo que tampoco nadie sepa lo que me pasa por la cabeza. Ahora mismo no soy muy importante, más importante son las vidas que se truncan cada día sin saber por qué, sin entender nadie nada. La literatura a veces es un soporte que nos enseña lo que significa verdaderamente la supervivencia, que nos reta. El escritor hizo un acto de rebeldía en contra del tiempo y el espacio,  creando una obra que todo el mundo podrá leer, el lector  también: se abre a algo más que su propio yo que lo alberga. Cada uno está prestándose atención, acompañándonos. En este viaje de pertenencia, toda soledad es bienvenida cuando nos recarga, cuando abrimos el espíritu para volver a ser más nosotros mismos, y de nuevo, como una ola, bordear los pies del otro que tenemos cerca. ¿Qué hemos hecho para no darnos cuenta que hay otra persona que está jugando con el océano igual que nosotros? Para no observar que la playa es un espacio de recreo igual de importante para el niño inocente que construye castillos de arena como para el más avezado surfista. Podremos ser inteligentísimos y saber cuáles son las reglas del juego que nos sitúan, que nos ordenan, que nos hacen más ricos o más sabios, más triunfadores o más poderosos. Si no somos capaces de percibir un mínimo de verdad, de nada nos vale tanta modernidad.
Hoy me importa poco, saber de reglas de juego, de tratados, de culpables y de primeros lanzadores de piedra, evangélicamente hablando. Hoy no, estoy harto, pero claro, hablo de mí, no de ti, y si me lees atiéndeme unos segundos. Creo que es la hora de la gente de la calle, de la gente sencilla, de los que van a una discoteca, al supermercado, los que sacan dinero en un cajero, los que toman café en una plaza, los que ansían unas vacaciones aunque sean cortas, los que hacen esfuerzos titánicos para rellenar la hucha de monedas para calcular el viaje a Ibiza, a República Dominicana, a Egipto o al festival de músca indie o de teatro clásico. Bataclan es y ya se está convirtiendo en un símbolo. A la resistencia, a la barbarie, el miedo no puede triunfar... Debe ser el triunfo de la gente sencilla, porque no nos van a parar… Seguiremos llenando las terrazas, yendo a los museos, esgrimiendo sonrisas, selfies, abrazos y besos que nos acerquen más aún, porque de eso se trata: de sentirnos más cerca.
Y desde esa cercanía gritaremos, nos hablaremos, propondremos, nos alienaremos si hace falta y tantas cosas que se pueden hacer en grupo. Desde el calor de sentirnos diferentes pero con muchas cosas que compartir. Si fuéramos iguales, ¿de qué hablaríamos? Mi más sentido pésame a tantas vidas laceradas, hundidas, terminadas… Mi más profundo calor y compañía. Mi mayor silencio para la sinrazón, enarbole la bandera quien la enarbole, sea financiada esa propia sinrazón por países civilizados -opuestos categóricamente o tímidamente a la mentira-, o por seres salidos directamente de las cavernas pidiendo justicia y venganza.
Llamemos a cada cosa por su nombre. La justicia racional (y necesaria) no debe coger el protagonismo del escenario. Es necesario compartirlo con el calor del corazón, tendremos que llorar si hace falta y recordarnos quiénes éramos antes que todo sucediese. Individuos con ganas de vivir, con ganas de crear, ilusionados con un mundo multicultural donde podamos disfrutar de la diferencia. La sospecha no nos puede llevar a buen puerto.Mi grano de arena para no sospechar de nadie ni para odiar, (triste sí que estoy), se resume en una frase de Rumi: “La belleza nos rodea pero normalmente necesitamos andar en un jardín para saberlo.”