¿Para qué votar? Nunca lo he
hecho, ni antes, ni ayer, ni en sueños. Me exiliaron como a un perro en el
monte y casi me cuelgan del pescuezo aunque no lo lograron. Tuve que abandonar
la patria y por aquellas honrosas ideas fui proscrito. ¡Te han olvidado a huir,
no lo olvides! Los pendejos de mala madre que me miraban de reojo, son los que
verán llegar, ahora, trajeado y con la frente muy alta, gritándoles desde el
silencio. Malditos seáis. La familia se quedó toda allá, en ese país que clama
y grita libertad y tuve necesariamente que olvidarme de la familia. Podría
vengarme, ¿pero para qué? Ellos ya tienen noticias mías. Saben por la Pura que
tuve limpiando retretes y vendiendo en el mercado y que gracias al esfuerzo
pude montar una pequeña empresa de reparto de mercancías. Podría llegar y entregarle
a cada uno una tarjeta de visita. Sin embargo, también estará Dolores, ¿y qué
le digo? ¿Que han pasado 40 años y que tuve que rehacer mi vida con otra mujer?
¿Y qué les digo a los niños? Bueno, a los ya hombres, ¿qué palabra se puede
buscar para mitigar el dolor del padre que quiso y nunca pudo? No tiene
sentido. Los vecinos no perdonan las doble moral. O eres impecable, o no lo
intentes. Sin embargo, ¿cómo perderme esta ocasión de abofetear a un país
entero, a un sistema corrupto como aquel? ¿Cómo no brindar por la victoria de
los buenos? Las primeras elecciones... ¡qué dura la decisión cuando ves todas
las puertas que se abren, pero el frío helado te consume los recuerdos! Si don
Pascual el maestro siguiera vivo debería rondar los 80 años. A él lo salvaron
con merecida justicia, él nunca publicitó nada. Se limitó a hacernos pensar
desde la neutralidad. Por el volvería, solo por él me acercaría a la urna,
sujetándolo del brazo si estuviera muy mal, aunque les entregara un voto en
blanco. Solo por él, me atrevería a volver a mirar a los delatores, solo por
esa sed de justicia, te miraría a ti Matías, y a ti también Tomás, y por no
escupiros a la cara me tragaría el orgullo, y solo os abofetearía, deteniéndome
en la rendija de la urna durante dos segundos, a que se haga el silencio, para
que pueda alimentar el hambre de venganza que atormenta mis sentidos, aunque me
pese como un dolor de barriga tantos años tragando segundos de resignación y
años de maldita aceptación.