He visto puertas abiertas
y ventanas cerradas
por las que no se puede huir.
He soñado con el mundo
lo he visto con ojos tristes,
fantasía de una mente inquieta
y un alma quejumbrosa.
He ido de acá para allá
y nadie tiene la respuesta
del sol y de la luna, qué menos,
todo el mundo habla y casi nadie
hace partícipe el miedo.
El horror de la falta de sendero
cuando se regresa
y oscurece en la montaña.
Hay una canción olorosa, por contra,
que siempre está, sutil y bella
trinando del árbol cuando me detengo.
Y aún estando oscura la madrugada
alegra, pero tengo miedo.
Me llama por mi nombre y no la reconozco.
Tal vez no sea yo a quien busca.
Quizá me mira y no me ve,
me oye, escuchándome, alargando la mañana
adelantando la luz y el albor.
Sorpresivo,
oigo el trinar del árbol melodioso, a tientas,
antesala de una luz que tiñe el cielo de esperanza.
Es de noche en mí y día ahí fuera.
Pero puedo ver la luz...
y reconciliarme con su canto.