14/11/13

El agua se escapó un día.

El agua se rebeló un día. De los grifos y las tuberías retrocedió a los depósitos y a los termos siguió avanzando y dio con la llave de paso. La forzó sin muchas complicaciones y liberada ya de las ataduras corrió divertida y alegre, como un torrente de risas al salir de la clase en hora de recreo. Largo fue el camino hasta dar con el manantial que la vio nacer un día. Al calor materno del que llega a casa sin avisar se pasó jugando a desbordarse y rodearse de calor atrapada por los vaivenes del viento, formando un surco y progresando en el desvarío ordenado del río que nace del afluente melifluo. También en el aventurero plan, peligrosa idea que dejaba al pueblo sin recursos acuíferos, probó su última hazaña. Subió en transparente parapente a las cimas de lo conocido y allí estuvo saboreando las alturas, apretujada y condensada y vestida con un traje gris. Después de esa feliz aventura soltó una larga carcajada, estuvo riendo por horas. Unos la llaman lluvia, otros desenfreno. Y así es como acabó la historia feliz de la llamada agua, lo que para otros es la escucha limpia del agua bendita. Bendita por su condición, por su rebeldía, por su alocada aventura y por cómo se divierte acariciando las fronteras de lo indecible.

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