-Por fin lo conozco. Es usted el
Messi del que todos hablan. Es un enorme placer conocerlo. Usted ha sustituido
a las tertulias políticas y literarias de Buenos Aires y ha mantenido en un
hilo la vida de muchos compatriotas cada domingo que padecen del corazón,
incluso a los sanos. De esta Argentina populosa, usted es el emperador, si es
que alguna vez hubo imperio. Perdone que le toque la cara, estoy ciego como
sabe y esta es la única forma por la que me doy cuenta de que esta conversación
es real y no una mera ficción.
-El placer es mío, maestro. ¿Cómo
preferís que lo llame?
-Con Borges es suficiente.
-Le parecerá extraño que venga a
visitarlo. Me confieso un pésimo lector, pero respeto su figura y su recorrido.
Mi representante ha llegado a un acuerdo con su editorial y ven con buenos ojos
la idea de una biografía mía, y para ello han pensado en usted para escribirla.
No le han querido decir nada, esperaron a que me reuniera con usted y le diera
la noticia. Ojalá lleguemos a un chance.
-Ahora entiendo la prisa y la
ceremonia de la entrevista. Y dígame, ¿cómo quiere que me ocupe de este encargo
si ya no puedo escribir ni una sola carta?
-El maestro es usted, seguro que
se le ocurrirá algo. No he leído nada suyo, pero una vez, en el Barcelona,
Guardiola, el que fuera mi entrenador, solía llevar su libro “Ficciones” en el
autobús de vuelta de los partidos, y solía gastarme bromas. ¡Este sí es un
figura!
-¿Su entrenador leía?
-Ah sí, mucho, Ibrahimovic lo
llamaba el filósofo. Tenía fama de acudir a los teatros y las exposiciones.
-Nunca asistí a un partido de
fútbol. No he comprendido ese juego. 22 hombres y diez mil espectadores. En la
Edad Media las batallas las libraban diez mil almas y 22 nobles miraban. Le
propongo una cosa, usted es rápido, supongo. Los niños que viven tres cuadras
más allá de mi casa, corean todas las mañanas su nombre. Todos inventan un
regate nuevo, parece que usted les inspira. Me comprometo a pensarme su oferta
si usted lee “El espejo y la máscara”, una obrita mía que escribí hace tiempo
que también transcurre en la Edad Media.
-¿Es complicada la obra esa?
-¡No se atormente! Tómese el
tiempo que necesite. Léasela y se dará cuenta de la importancia que tiene
escribir una sola palabra, y luego entenderá la responsabilidad que contraeré
con el resto de los argentinos. Léasela y piense en el peor calificativo que le
defina, una sola palabra.
-¿Por qué tiene que ser negativa,
maestro?
-Porque si vamos a escribir una
obra suya, tendremos que convencer hasta el más despiadado con su nueva imagen
literaria, aquel por ejemplo que no tiene reparos en compararlo con Maradona y
otras pelotudeces, aunque yo no sepa de fútbol. Le dejó un mes para pensárselo.
¡Qué diría Kipling si me oyera!
-La verdad es que no estoy
acostumbrado a ver cosas negativas sobre mí, siempre las he regateado.
-De eso se trata, de que por una
vez, usted sea el portero.