Estoy aquí, sentado en el sillón, escuchando
la radio y esperando… Tal vez nadie lea esto, qué más da, no creo que tampoco
nadie sepa lo que me pasa por la cabeza. Ahora mismo no soy muy importante, más
importante son las vidas que se truncan cada día sin saber por qué, sin entender
nadie nada. La literatura a veces es un soporte que nos enseña lo que significa
verdaderamente la supervivencia, que nos reta. El escritor hizo un acto de
rebeldía en contra del tiempo y el espacio, creando una obra que todo el mundo podrá leer,
el lector también: se abre a algo más
que su propio yo que lo alberga. Cada uno está prestándose atención,
acompañándonos. En este viaje de pertenencia, toda soledad es bienvenida cuando
nos recarga, cuando abrimos el espíritu para volver a ser más nosotros mismos,
y de nuevo, como una ola, bordear los pies del otro que tenemos cerca. ¿Qué
hemos hecho para no darnos cuenta que hay otra persona que está jugando con el
océano igual que nosotros? Para no observar que la playa es un espacio de
recreo igual de importante para el niño inocente que construye castillos de
arena como para el más avezado surfista. Podremos ser inteligentísimos y saber
cuáles son las reglas del juego que nos sitúan, que nos ordenan, que nos hacen
más ricos o más sabios, más triunfadores o más poderosos. Si no somos capaces de
percibir un mínimo de verdad, de nada nos vale tanta modernidad.
Hoy me importa poco, saber de reglas de
juego, de tratados, de culpables y de primeros lanzadores de piedra,
evangélicamente hablando. Hoy no, estoy harto, pero claro, hablo de mí, no de
ti, y si me lees atiéndeme unos segundos. Creo que es la hora de la gente de la
calle, de la gente sencilla, de los que van a una discoteca, al supermercado, los
que sacan dinero en un cajero, los que toman café en una plaza, los que ansían
unas vacaciones aunque sean cortas, los que hacen esfuerzos titánicos para
rellenar la hucha de monedas para calcular el viaje a Ibiza, a República
Dominicana, a Egipto o al festival de músca indie o de teatro clásico. Bataclan
es y ya se está convirtiendo en un símbolo. A la resistencia, a la barbarie, el
miedo no puede triunfar... Debe ser el triunfo de la gente sencilla, porque no
nos van a parar… Seguiremos llenando las terrazas, yendo a los museos,
esgrimiendo sonrisas, selfies, abrazos y besos que nos acerquen más aún, porque
de eso se trata: de sentirnos más cerca.
Y desde esa cercanía gritaremos, nos
hablaremos, propondremos, nos alienaremos si hace falta y tantas cosas que se
pueden hacer en grupo. Desde el calor de sentirnos diferentes pero con muchas
cosas que compartir. Si fuéramos iguales, ¿de qué hablaríamos? Mi más sentido
pésame a tantas vidas laceradas, hundidas, terminadas… Mi más profundo calor y
compañía. Mi mayor silencio para la sinrazón, enarbole la bandera quien la
enarbole, sea financiada esa propia sinrazón por países civilizados -opuestos
categóricamente o tímidamente a la mentira-, o por seres salidos directamente de las cavernas
pidiendo justicia y venganza.
Llamemos a cada cosa por su nombre. La justicia
racional (y necesaria) no debe coger el protagonismo del escenario. Es necesario
compartirlo con el calor del corazón, tendremos que llorar si hace falta y
recordarnos quiénes éramos antes que todo sucediese. Individuos con ganas de
vivir, con ganas de crear, ilusionados con un mundo multicultural donde podamos
disfrutar de la diferencia. La sospecha no nos puede llevar a buen puerto.Mi grano de arena para no sospechar de nadie
ni para odiar, (triste sí que estoy), se resume en una frase de Rumi: “La belleza nos rodea pero
normalmente necesitamos andar en un jardín para saberlo.”