15/6/24

Sushi o Wittgenstein II

No somos nuestros nombres

ni el nombre deseado que habita 

en nuestros sueños dormidos de poetas.


No somos el dinero que tenemos, 

tampoco el que anhelamos, 

ni mucho menos el dinero que no tenemos. Tampoco aquel con el que nos conformamos.


No somos la cultura y el saber que profesamos, la certeza y la virtud de nuestra palabra recta. Es un bonito consuelo, frene a aquel que se identifica con su equipo favorito. En cualquier caso, elegir la verdura o la hamburguesa nos calmará de distinta manera el ansia, pero en ningún caso nos quitará eternamente el apetito.


No somos la apariencia, el saber estar, el traje o la marca de coche que envidiará nuestro vecino. Nada se mantiene como nuevo durante mucho tiempo. Todo será viejo hasta que se demuestre lo contrario o hasta que lleguen a nuestros labios la palabra “mantenimiento” o “pasado de moda”.


Y así podría seguir, desgranando eternamente lo no somos, aunque no tenga tiempo material para ser y estar presente. Por eso, como nada material me dará consuelo, me sujeto a algo inmaterial que sí me consuela, lo que cada día está presente en mi casa, en mi vida. Algo que no tiene la comprensión ni el entendimiento debido, algo que a veces es elegido en segundo lugar, que no te da un nombre, títulos, poder, ni te hace más famoso o rico. 


Esto que no elijo se llama amor y bondad. Son sólo dos palabras, pero su identidad no tiene contrarios, porque, simplemente, con ello se es justamente el eso que somos: nuestra verdadera esencia.

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