1/9/10

Cada año.

Cuando vuelvo al trabajo cada año, descubro que todo permanece igual y, sin embargo nada permanece inalterable. Es difícil poner palabras a las intuiciones, máxime cuando éstas fluyen rápidas, sin ser percibidas prácticamente. ¿Alguien podría recordar el romper de una ola, tras haber estado observando el mar durante mucho tiempo? …
Sí, amigos. Es el ahora, es la sensación de una vida que florece, que no se da tregua, aunque estemos dormidos para captarla en su totalidad. Quizá sea esa la sensación obtenida cuando he intentado aprehender las cosas desde lo conocido. ¡Nada!, nada permanece.
Pero, tengo la impresión dentro del mundo de las aulas, de que algo anacrónico habita en ellas, como si pudiera captar un leve tufillo del malogrado tiempo que siempre queremos aprisionar. No sé, es sólo una intuición. Creo que los alumnos vienen de la calle pensando que el mundo tecnologizado y fácil será extensible, por ende, a sus seis horas diarias de permanencia en un centro. Y nosotros los profesores, venimos concienciados y preparados para sembrar la maravillosa certidumbre que consiste en tener fuerzas en uno mismo y en sus consecuencias: porvenir, futuro, trabajo, saber o voluntad.
Sinceramente, creo que las intenciones de profesores y alumnos son sólo eso, intenciones. Propósitos. A lo mejor, tanto propósito nos ciegue para no ver atentamente las necesidades reales del propio mundo, el que existe, ¡no el que me imagino! Mas llegará el día (y me pongo profético) que nos bajaremos de tanta utopía y volveremos a ver el mundo con ojos inocentes. Entonces, cada día será uno, y el milagro de la Educación se hará patente.

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