25/8/11

Sin palabra

Y entonces, cuando no podía dormir, cuando lo intenté y no pude, te me apareciste como sombra. Como sombra embriagadora, como rayo de tormenta, como silueta vaga, que huye y no aparece. Con la firmeza de una palabra que no puedo pronunciar, con todo y con nada.
Mas, en un instante, te llegaste a mi cama susurrándome algo en un extraño idioma, invitándome a pronunciar contigo la palabra que no debe pronunciarse… Me llevaste al Edén nuevamente, y allí tú y yo saboreamos el mito, recreándonos en nuestra desnudez, avanzando más y más el espacio, haciéndolo cada vez más amplio. Olores, sabores, miradas, todo apareció ante mí, furtivamente. Y mientras el Edén seguía siendo Edén, el tiempo dejo de ser un problema, todo se desvaneció, incluso mi alma. Pero fue mi cuerpo el que fue testigo de aquel milagro de la lejanía, paradójica lejanía que se hacía cercana, cada vez que me atrevía a susurrar la palabra que no puede ser dicha. Toda nuestra pasión fue rápida, secreta e intensa. Sólo es testigo de tu cuerpo estos mis ojos y tu piel, mis labios o tu pelo, mayor testigo si cabe de un paraíso corto. Porque, de pronto, llovió en mi ventana, se oyeron truenos y el olor a tierra mojada me hizo salir del Parnaso, para volver en mí, desorientado de tan extraño viaje. Ahora ya no estás, y es extraño, porque estando solo todavía no me he atrevido a pronunciar la palabra con la que daba fuelle al Paraíso que habíamos creado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario