6/9/14

Hay veces...

          Hay veces que no hacen falta más esperas. El tiempo, villano, juega al escondite, mientras uno trata de sacarle una respuesta digna. Ha habido mejores tiempos, me dice, e intenta taparse los ojos para no ver. Está cansado. El reloj, siempre a su lado, va marcando sin descanso los dictámenes de lo que se cree es revelador, sin dejar hueco para la sorpresa. A golpe de tic-tac, monotonía en mano, no quiere girarse para revelar la sopresa del amanecer...
Mientras tanto en otra habitación, la magia se despierta de su letargo, aunque con sueño todavía mira sonriente las sábanas y ve su sombra grácil y sonriente. Se levanta, pasea con música por toda la casa, y concentrada y sensible crea de repente la pasión. Es de día, pero los tonos de los colores parecen más brillantes y el verde es verde de verdad. Por momentos se olvida de lo que va a hacer después y una energía resurge, alegre, desde el fondo de ella misma y la extiende por los espacios por donde pasa, la luz se convierte en fulgor y despacio, lentamente, va llenando algo inexplicable todos los objetos que toca: una mesa, un vaso, las paredes, la puerta que las une, sillas, alacenas, sillones, libros, cuadros. Hasta la lluvia que cae parece divertida y risueña, el sonido llega hasta adentro y perfora el corazón...
Al oír ese danzar contagioso aparezco de mi enfrascado mundo y salgo de mis pensamientos y me la encuentro desnuda y con una radiante felicidad. Las fronteras del tiempo paracen haberse disuelto y el tiempo da su beneplácito y me dice que todo está bien hecho, que ya no hay margen para los recuerdos y entonces me lanzo enamorado ante su sola presencia y siendo testigos el uno del otro, consumamos en nuestras manos la tenue e inefable armonía de la palabra y el silencio, y en secreto, contemplamos las maravillas que teníamos pendientes.

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