El abuelo no entendía cómo a mí me podía molestar su humo de tabaco sobre el rostro, solo era un retoño recostado junto a él en su cama. Mi tía no entendía cómo su padre hacía perrerías conmigo y corría dispuesta a rescatarme de la presa sin conseguirlo. Solamente los entendí yo, el día que aprendí a hacer pompas manchando de jabón el piso recién fregado y mi madre venía, de pronto, como el perro del que había que huir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario