Exigir que, a una generación que
está empezando a caminar, se reponga de dos crisis económicas es un atentado.
Se les enseña que la vida y el tiempo es un campo minado, un territorio sobre
el que no vale detenerse mucho, sino huir, en redes sociales, aislados con
múltiples aplicaciones, con sus códigos, sus formas y conductas, ante el mundo
de los adultos que le ha dado la espalda y que, literalmente, les ha robado la
ilusiones y la inocencia. Los ha sacado de la zona de confort muy pronto y,
como una ducha de agua fría, les ha negado el calor y ciertas comodidades
básicas: el sosiego, la calma, los cuidados, la paciencia. Ver a tu propia
familia en paro, luchar por la supervivencia, ir cada día al instituto o al
colegio, con la presión de tener que hacerlo bien, por tu propio bien, te resta
capacidad de respuesta, te hace estar más alerta y en guardia, como si hubiera
un meta a la que ir, como si la meta no fuera estar en pie, estudiando,
formado, aprendiendo. Aprendiendo, de todo esto. Los que vienen atrás están
tomando nota, cogiendo apuntes. Y, desde luego, no se les puede pedir, que sea
la generación del futuro. Aparte de cínico, es desleal amoral e injusto.
Veremos qué sociedad tenemos dentro de 20 o 30 años. Tengamos un poco de comprensión
y no les apretemos demasiado las clavijas, más de los que ya las tienen: ¡no
hay mayor tirano que un esclavo con el látigo en la mano!
Para la generación mejor formada
de la democracia, para los que vivieron la Transición o los que vivieron los
oscuros años de la Dictadura, la Posguerra, los que quedan de la Guerra Civil,
las Guerras Mundiales e incluso, los que todavía tiene mayor memoria, pretender
que, aprendamos algo de todo esto, es maquillar un poco el sufrimiento.
Intentar ver lo positivo sin haber sentido el sufrimiento ajeno, es simplemente
una buena táctica de avestruz, para no reconocer, en el otro, la agonía, la
desesperanza y las ganas, que más de uno tiene, de gritarle ciertas verdades en
unos cuantos y a unas cuantas. ¿Cómo no reconocer el hastío? ¿Cómo no reconocer
la zozobra? ¿Cómo no reconocer el hundimiento? ¿Me quedo corto expresándolo?
¿Qué caso cojo? ¿Cuál quieres que te cuente que supere lo que no sepas o te
hayan contado? ¿Crees que puedo describir tu dolor? ¿Crees que puedo pintarlo
al óleo y colgarlo en una pared? ¿Te hablo de la familia que cumple y solo
recibe estocadas? ¿De aquellos que empiezan y ya han terminado? Proyectos
dinamitados, ilusiones que saltan a la cara como un paquete bomba, derramando
la imposibilidad de su cumplimiento: insípidas, huecas, pero ruidosas, que
martillan las esperanzas. Ilusiones fantasmales que te persiguen, sin saber si
algún día verán la luz, o si se harán firmes y pasarán a ser verídicas,
tangibles, reales y dejarán de ser vampiros que tragan tiempo, alegrías y
esperanzas. Es mentira que el ser humano se acostumbra a todo. El ser humano no
nació para estar en una jaula. Es mentira que el sufrimiento es la mejor manera
de acercarnos a la verdad, pues es la verdad la que nos aleja del sufrimiento.
Siempre, el conocimiento nos hace libres. Y la vida no se hizo para salir del
trabajo y visitar los centros comerciales, y de regreso a casa para poner la
lavadora en el periodo contratado en el que menos se gasta, y después ver una
película, consolado porque siempre quedará Netflix, HBO o Movistar y a dormir,
para volver una y otra vez a la jaula, a dar la vuelta alrededor de la cinta
corredora del miedo, y con suerte nos dirán: ¡tú tienes trabajo! Y te señalarán
como si hubieras cometido un delito: ¡trabajas!, ¡privilegiado, opresor, señorito!
Corto se quedarán los calificativos. Y yo me pregunto: ¿privilegiado por
trabajar? ¿No será privilegiado por no trabajar? ¿No habría que girar la vista
hacia un sistema (me da igual quiénes se salieron con la suya, ¡allá ellos y
ellas!) que prolonga y mantiene en vilo la propia vida, sin saber si son firmes
los pasos que das, aunque los des dentro de tu propia casa? ¿Cómo se puede
vivir así? Mirando alrededor, delatándonos: ¡tú puedes ser el enemigo!, ¡el que
contagia, el vector, el que me dé el tiro de gracia! Buscando la propia
supervivencia, ¡estado del bienestar con anestesia lo llaman!; para que después
nos consolemos, absolutamente todos, diciéndonos cada día, que vamos a salir
reforzados. ¿Reforzados? A base de ansiolíticos, antidepresivos, somníferos y
todo tipo de drogas para mantenernos firmes. ¡Qué consuelo!
¡Propongo decisiones ya! Duras y
sin paliativos. Que proteja, de una vez, la propia Vida de la que ahora se
presume: ¡me he dado cuenta de que la vida no era esto que estábamos viviendo!,
¡esto va a cambiar nuestra forma de relacionarnos!, ¡ahora se ve lo importante
y no lo superfluo! ¡Pues venga, manos a la obra! ¡Pero decisiones! Y no
palabras bonitas, para que nos demos cuenta, de una vez, del tiempo que no
estamos disfrutando, de verdad, y que ya en el pasado desgraciadamente hemos
perdido. Del presente hacia adelante. Dure lo que dure la recuperación. Y,
ahora que tenemos tiempo, también podríamos mirar atrás y ajustar las cuentas
con aquellos y aquellas que nos han traído hasta aquí. Y sí, firmemente, espero
llegar a ver el tiempo recobrado; porque ahora sí que vamos a estar pegados a
las pantallas: la famosa Era Tecnológica, que hace batas de hospital con bolsas
de basura. Porque ahora sí, ¡vamos a estar todo el mundo viendo lo que decís!
Porque ahora, todos y todas, tenemos todo el tiempo del mundo.
Me ha encantado, sinceramente, sabes describir con palabras y con mucha sensibilidad, no desprovista de cierto dolor, la realidad que nos rodea momentáneamente y que puede estar por venir y convertirse en, no la pavorosa distopía que veníamos intuyendo, sino en realidad estable y que marque nuestras existencias.
ResponderEliminarTe doy un 9,5, jamás un 10, ya que no te puedo tolerar esos guiños al lenguaje inclusivo que te hace cómplice, ante ellos, ellas y elles, de la barbarie de género que, hasta el estado de alarma, era la mayor preocupación de esta sociedad infantilizada sociedad de pensamientos únicos.
Muchas gracias,David. Precisamente, en esta distopía actual, se ve claramente cómo, en ciertas conductas y en ciertos giros lingüísticos (muchas veces forzados)el reflejo de una realidad pasada, muy lejos de ciertos valores que, sea por lo que sea, han subido en la escala de valores: defensa de la vida, valoración de las relaciones humanas, hermanamiento, confraternidad, cariño. Y la paradoja, es que no lo podemos compartir físicamente.
ResponderEliminarReflejarse en los espejos del callejón del Gato, deforma, pero también dignifica y nos hace ver sobre qué aspectos tenemos que luchar: todos juntos. Menos enemigos potenciales y más amistades reales.