7/12/16

El alma en los pies

La funambulista iba a comenzar la actuación. Todos la miraban. Era el espectáculo central, para el público que pagaba alegremente y para sus compañeros: al día siguiente contraía matrimonio. Su novio, el funambulista que estaba al otro lado de la cuerda, tenía que esperar a que ella se situara en el centro. Las fieras y los payasos enmudecieron. Adelantó un pie mirándole intensamente y se detuvo. Y en lo más hondo de su malla recordaba el peso de tres frases inoportunas: dar el primer paso; sí, acepto y para siempre. Y la fragilidad del instante incomunicado se transformó en futuro.

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