9/12/11

Sobre Semántica Textual

Si la Semántica es la disciplina de la lingüística que se ocupa sobre el significado de las palabras, no pretendo aquí hacer una disertación teórica sobre sus fundamentos. Considero, casi sin equivocarme, que no hay nadie en este planeta, actualmente, que lo haya dicho todo tan bien y tan claro, como el lingüista, filósofo del lenguaje, gramático o filólogo (cualquier denominación le vendría perfecta), Don Ramón Trujillo Carreño, Catedrático Emérito por la Universidad de la Laguna (España) y con un sinfín de reconocimientos nacionales e internacionales.
don Ramón Trujillo
Don Ramón sigue trabajando actualmente, aunque ya jubilado, y sigue escribiendo libros, el último, La Gramática de la poesía, es una disertación sobre la semántica de las Bellas Artes, continuando el trabajo de Alain. Pero es quizá, el problema del significado de las palabras el aspecto de la Semántica con el que Don Ramón se ha sentido más cómodo demostrando una profundidad y una visión incisivas a la par que inusuales en el mundo académico y referencialista en el que se mueve todavía la Lingüística. Recomiendo uno de sus libros: Principios de Semántica Textual, en el que los lectores podrán encontrar pruebas fehacientes para entender de una vez qué es el significado de una palabra (que no es lo mismo que la definición de los diccionarios ni tampoco el referente al que supuestamente trata de representar la palabra en sí).
Por lo tanto, me limitaré a parafrasear algunas de sus ideas, resumiéndolas, claro está, y adaptándola a ejemplos actuales.
Todo el mundo entiende que las palabras nombran la realidad, aunque a su manera. Si nos ponemos a pensar seriamente descubriremos que las palabras no reproducen la realidad (este el error más habitual), sino que la crean, escogen aquel elemento o elementos de la realidad agrupándolos (según el criterio del hablante o de la comunidad) y vehiculándolos por medio de la palabra. La palabra no es una nomenclatura, podría ser un concepto (como decía Saussure), pero tampoco lo es. Porque conceptualizar la realidad depende del observador, y no hay nada a priori que diga que los elementos (a, b, c, d) deban agruparse en una sola palabra. Para otro hablante (otra comunidad u otra lengua), la manera de agrupar conceptualmente podría ser otra (b, c, d), para otros (a y d) y para otros (a, b, c, d y e). Cada objeto que la palabra “reproduce” no es el objeto en sí, ni es nada inamovible, solo es una manera de ver al objeto como podría ser visto de otra manera (desde abajo, desde un costado, etc.). Don Ramón suele poner mucho este ejemplo: la palabra “árbol” tiene como referente a: todo vegetal que tenga cierta altura y el tallo leñoso. Pero, ¿qué pasaría si un hablante decide conceptualizar la realidad de la siguiente manera: que sea “árbol” todo aquel vegetal que dé frutos. De esta manera pertenecerán a la misma palabra un roble que una zarza (aunque esta última no tenga el tallo leñoso y no tenga cierta altura pero sí tenga a las moras como su fruto). Alguien pensará que estas discusiones son discusiones artificiales, de salón. Temo decirles que se equivocan, estos ejemplos están tomados de la realidad, y pasa dentro de una misma lengua y en diferentes lenguas entre sí. Es por eso, que la traducción entre dos lenguas es casi imposible, porque la conceptualización de la realidad es distinta.
El ejemplo dado hasta ahora nos permite decir que el significado de la palabra no puede ser un concepto, ni puede ser universal. Es solo una manera de ver la realidad. Sin entrar en más profundidades entenderemos que los diccionarios recogen los referentes que  la comunidad de hablantes le va dando a las palabras y que por lo tanto una cosa es la palabra y otra bien distinta el referente en sí. Por lo tanto, podríamos ver, ahora, que la palabra, en cierta manera, y en todos los casos, no deja de ser una metáfora, metáfora con diferentes manifestaciones (las acepciones de los diccionarios), metáfora que si se fosiliza se convierte en término usual o habitual, sin poder ver la relación naturalmente poética (o creativa) que la emparentó con el/los referentes a los que quiso dar vida.
De esta manera todos entendemos que la expresión “estoy muerto de hambre” no deja de ser una metáfora, como tampoco lo deja de ser la diferencia en español entre el “ser” y el “estar” por ejemplo. Además de ser metáfora (por ser un concepto de entre mil o un millón), cada palabra se refiere  y a determinadas cosas o referentes que forman parte de nuestro mundo La palabra silla (metáfora también, aunque fosilizada) se referirá en una de sus acepciones al “asiento individual”, al objeto sobre el que descasamos de la verticalidad. El “asiento individual” será su significado denotativo, la cosa, aunque no significado, que como ya hemos visto, es imposible de definir o de aprehender. También, las palabras, tienen un significado connotativo, como en el caso de la palabra negro (referido a una persona). Desde el punto de vista denotativo la palabra negro se referirá al color oscuro de su piel, pero desde el punto de vista connotativo (que no deja de ser una valoración personal de los hablantes) la palabra podría resultar mal vista porque entraña cierto grado de racismo, aunque desde el punto de vista denotativo sea inmaculada. Podría decirse que la palabra “negro” es lo que es y estaríamos en lo cierto. Sólo si entramos a valorarla alguien podría dar la opinión, que en ese contexto (referida a la persona) no sea válida. Lo mismo sucede con la palabra “amante”: denotativamente se refiere a la persona que ama y también a la persona que tiene un idilio con otra. Lo curioso en este caso que la palabra amante tiene la connotación, actualmente, referida a la segunda acepción y por lo tanto a todo lo vinculado con la infidelidad. Nadie vincula connotativamente la palabra amante al “oficio” de amar, como proyección del participio de presente latino.
Dicho esto, valoremos ahora un par de expresiones que me han estado llamando la atención en estos últimos tiempos. En primer lugar empezaremos por la palabra de moda: “mercados”, referida al ente que maneja los hilos de la realidad económica nacional y supranacional. ¿Se puede ver mejor ahora que la palabra mercados no es nada sino una metáfora? Lo curioso, es que en este caso (como ya dije en la entrada anterior) y estando en una sociedad tan referencialista como la nuestra, donde a cada metáfora se le tiene que encontrar un referente, no nos matemos a buscárselo a esta palabra en cuestión. Podríamos decir que la economía hace poesía con nosotros, y sin miedo a equivocarme así lo veo y nos lo demuestra cada día. ¿Nos damos cuenta que mercados no deja de ser una metáfora más, que esconde una realidad tan evidente como el objeto al que se refiere la palabra silla? Pero en fin, allá cada uno, todo el mundo es libre (metáfora), aunque cada uno le ponga un precio a su libertad: silencio, complicidad, denuncia, etc. Lo dicho, que si alguien le encuentra el o los referentes a esta palabra tan poética me avise, por favor. Quiero aprender qué son. No me conformo en esta ocasión con nombrarlos.
Otra expresión curiosa es la siguiente: la “quita” de la deuda a Grecia. Curioso no, no dejen de ver ahí otra metáfora, porque yo me pregunto, ¿por qué en este caso se llama quita y a los países del Tercer Mundo que se les perdona la deuda se les llama condonación? ¿No se la están quitando parcial o totalmente en ambos casos? ¡Juzguen ustedes!
Termino, os recomiendo el libro de Don Ramón Trujillo (Principios de Semántica Textual), en él podréis encontrar poderosos razonamientos, múltiples ejemplos y un profundo análisis filológico-filosófico y lingüístico, por supuesto. Este artículo, entrada, o como se llame, no deja de ser sino un agradecimiento y admiración hacia su figura, en la que tanto he aprendido y de la que tanto sigo aprendiendo.

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