10/2/12

Ping-pong

Ella no sabía si quería un guerrero. Si ella decía: -¿qué te parece mi nuevo vestido?, él respondía: -¡tú verás! Si el permanecía en silencio, ella en el fondo se quejaba, aunque disfrutaba sacando un tema de conversación. Era feliz así, siendo ella, siendo útil y necesaria. Así cada mañana, aunque nadie le llevara flores, aunque nadie le comunicara nada. Si se quejaba, ella sabía que tenía el valor primero: el de la súplica. Así nacía la comunicación, aparentemente. En su círculo de amigas era verdaderamente vulnerable y empática, podía comprender y ser comprendida: la piedad nace en la misma frontera del odio. Ella la estaba teniendo consigo misma.
Y así volvió a su casa esa tarde y quiso poner punto, marcar las distancias y acercarse para decirle algo: "adiós", "ya está bien" o "estoy cansada de lo mismo". Cuando llegó él, ella lo estaba esperando muy seria pero sin aparentarlo. Él mantenía su rictus habitual y su saludo monosilábico. De repente, y antes de que dijera nada sacó de una bolsa un regalo, bellamente presentado, sin previo aviso, sin saber por qué. Ella abrió los ojos y sospechó enseguida: -¿qué querrá?, se decía. Lo abrió sin ningún recato, con prisa. Le impactó lo que vio: un cofre, un cofre rojo con adornos dorados y con una llave en la cerradura, cerrado, eso sí.
Y en ese instante no supo que decir: titubeaba en mostrar el valor de su alma guerrera o su alma pura e inocente. Dudaba entre aquel preciado cofre o entre ese ya anunciado adiós para siempre. No sabemos lo que pasó, lo único que sabemos es lo que supo ella, con la mente y con el corazón, simultáneamente. Por primera vez se dio cuenta lo que era tener el corazón dividido.

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