14/10/09

Atrapando la realidad... ¡Es imposible!


Soy tremendamente humano
y, aunque he tardado en reconocerlo,
no me avergüenza estar hecho de remiendos,
de dolor, de incomprensión y de miedos.

Soy una persona humana, un ser, humano;
gotas de divinidad conforman mi esencia
recubierdad por un cuerpo de cristal frágil,
forjado en el tiempo inmemorial de la historia,
a través de múltiples cuerpos y de vientres,
los de mi abuelo, mis padres
y mis antepasados pretéritos.

No tengo tanta autonomía, ya ves,
¡más quisiera yo!...
Sólo tengo la capacidad de darme cuenta. Sí,
darme cuenta de que la luz interior
siempre brilla en cada uno de nosotros, ¡siempre!
Y que la vida es una apuesta por irradiar esa luz
o por ocultarla...

La luz es verdad, comprensión,
paciencia... La luz es amor.
Y el amor no se enaltece, no le hace falta,
porque es generoso por naturaleza,
no se impone, pues el amor se da, se entrega.

Sé que mi cuerpo tendrá que soportar a mi alma
y que ésta está condenada a vivir con mi cuerpo.
Sé que, aunque en esta dualidad irresoluble,
hallaré la paz que me permita comprender
y aceptar, este gran misterio de la vida,
de manera paciente.

Soy el tiempo y el no tiempo.
Soy la nada y el todo.
Soy luz y sombra...
Soy terrenalmente divino o
divinamente terrenal.
Soy ahora, y también,
fuera del ahora.

Pero, sobre todo, soy yo
cuando estoy a tu lado,
cuando te siento y pienso
desde la distancia,
cuando me levanto o me acuesto,
cuando simplemente existo...

Porque hay algo más fuerte que el amor
y es no poder dejar de amar,
y eso es lo que siento contigo.
Una fuerza de volcán que hace salir una entrega
insospechada, maravillosa y sincera.
Para mí es dichoso entregarte mi persona,
mi ser, tremendamente humano,
inefablemente divino,
aun tratándo de expresártelo con palabras.

Porque soy tremendamente divino,
maravillosamente humano, si no,
¿qué haría en un mundo de humanos?...
Porque soy todo y nada
porque soy contigo.
Te amo.

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