27/1/10

La Odisea: Canto III

[…] <<¡Sénos, reina, propicia, concédeme a mí  buen nombre y a mis hijos también y a su madre, mi esposa! Yo, en cambio, en tu honor mataré una becerra de un año, frontuda, indomada, jamás puesta al yugo por manos humanas, y al llevarla al altar chaparé sus pitones de oro.>>
Tal habló en su oración, escuchósela Palas Atena; retirándose Néstor gerenio, guiador de corceles, a sus hijos y yernos condujo al hermoso palacio y en la noble mansión del monarca sentáronse en rueda por sillones y sillas. Ya todos allá, preparóles en una cratera el anciano una  de vino generoso; guardado once años, habíalo la despensera sacado; y soltó de las tapas los hilos. De él el viejo vertió en la vasija. Libando a Atenea, invocó largamente a la diosa nacida de Zeus que la égida embraza. Los otros libaron, bebieron a placer, mas el sueño les hizo volver a sus casas, mientras Néstor, gerenio, guiador de caballos, llevaba en la suya a Telémaco, el hijo de Ulises divino, a dormir sobre un lecho tallado en el atrio sonoro. Puso cama a su lado a Pisístrato, el único hijo que quedaba soltero en sus casas, gran lanza y gran jefe, y se fue donde al fondo de la alta mansión le tenía preparadas las ropas del lecho de su esposa, la reina.
Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa, levantábanse Néstor gerenio, guiador de caballos, y, dejando el palacio, sentóse en los bancos de piedra refulgentes de blancos y limpios que había por delante de su excelso portal; sobre ellos en tiempos antiguos se sentaba el gran Neles igual en consejo a a los dioses; pero ya por la parca vencido moraba en el Hades y su cetro y sitial poseíalos Néstor gerenio. […]
Trasimides el de ánimo ingente, nacido de Néstor, se acercó y, descargando su hacha, rompióle a la bestia la cerviz: desmayado cayó el animal y elevaron sus clamores las hijas, las nueras, la esposa de Néstor, primogénita que era de Climeneo. Eurídica augusta. La cabeza a la víctima irguieron del suelo y al punto degollóla Pisíatrato, el jefe de los hombres: brotóle negra sangre y, con ella, escapó de sus miembros la vida. En seguida partiéronla en trozos, cortaron los muslos y, guardando los ritos, echáronles grasa a ambos lados, colocaron encima tasajos aun crudos y el viejo, encendiendo la leña, asperjóla de vino espumante. A sus lados los mozos tenían asadores de cinco largas puntas: quemados los muslos y ya devoradas las entrañas, el resto espetáronlo y fueron a asarlo con el mango cogido, arrimando al hogar los espiches.
A Telémaco en tanto bañó la gentil Policasta, la menor de las hijas de Néstor Neléyada y, luego que le tuvo bañado y ungido de aceite, ciñóle una túnica, un manto precioso: saliendo del baño parecíase en figura a los dioses eternos, y vino a ocupar su lugar junto a Néstor, pastor de su pueblo. […]
Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa, tras uncir los corceles subieron al carro vistoso y dejaron el pórtico atrás y el umbral resonante. Al chasquido del látigo el tronco voló sin pereza y salieron al campo y sus trigos: en una jornada terminaron su ruta, que así adelantaban los potros.
A ponerse iba el sol y las sombras ganaban la calle.

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