27/1/10

La Odisea, de Homero.

Canto II
[…] <<¡Ay Telémaco, altivo en discursos, sin freno a la ira! ¿Qué has osado decir y qué afrenta has querido infligirnos? Los galanes no son los causantes de tales dolores, es tu madre más bien, la mujer sin igual en astucias: han pasado tres años y pronto dará fin el cuarto en que engaña el corazón de los hombres aqueos; les va dando esperanzas a todos, les manda recados y les hace promesas, mas guarda en su mente otra cosa. Y diré de otro ardid concebido en su pecho. En sus salsas suspendió del telar una urdimbre bien larga y tejía una suave tela extensa y a un tiempo nos dijo: “Pretendientes que así me asediais, pues ha muerto ya Ulises no tengáis tanta prisa en casar, esperad a que yo acabe esta tela que estoy trabajando, no pierda estos hilos; la mortaja será del insigne Laertes el día que le alcance la parca final de la muerte penosa; que ninguna mujer entre en el pueblo me lance reproches por faltarle a él sudario teniendo tamañas riquezas.[…]
[…] Tal le dijo Atenea y al punto avanzó por delante con presteza y el joven marchó tras sus huellas divinas. Y hete aquí que, llegados al mar y al bajel, encontraron en la playa a los buenos marinos de largos cabellos y el augusto Telémaco, vuelto a sus hombres, les dijo: ”Bien, amigos, traigamos la carga, dispuesta está toda en mis propias estancias, mi madre quedó sin sospecha, las esclavas también: a una sola di cuenta del caso”.
Tal diciendo delante marchó, le siguieron los otros y, trayéndolo todo, lo fueron poniendo en la nave según iba ordenándolo el hijo de Ulises. Al cabo en el barco Telémaco entró; le guiaba Atenea, que fue luego a sentarse en la popa; Telémaco al lado se sentó de la diosa; los hombres soltaron amarras y, embarcados que fueron ya todos, pusiéronse al remo. Mas Atena ojizarca mandóles un viento propicio cuyo soplo sutil susurraba en las olas vinosas; al momento, Telémaco diole a su gente la orden de echar mano a las jarcias, pusiéronse todos a ello, en la hueca carlinga encajaron el mástil de abeto, que afirmado quedó al anudar los estayes, e izaron con las drizas de cuero trenzando la cándida vela. Azotándola el viento en mitad, quedó inflada; las olas que iba abriendo el estrave chillaban con recio silbido y el bajel avanzaba en el mar despejando su ruta. Una vez bien sujetos los cabos del negro navío, las crateras sacaron colmadas de vino e hicieron libación a los dioses de vida inmortal; ante todo a la virgen de glaucas pupilas nacida de Zeus. Tal el barco en la noche y la aurora se abrió su camino. […]

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