Después de probar varias drogas, y andar la mala vida, recapacitó: acaso necesite confesión. Y él que no era muy cristiano creyó que buscando a alguien de su misma tradición cultural, podría, por extensión y causalidad, redimirse. No fue fácil hallar el ánimo para encontrárselo de frente.
La confesión duró poco: pero en vez de una penitencia larga, llena de padrenuestros y de oraciones maltrechas, el sacerdote, puso en sus labios unas palabras dignas de la magnitud de Fracisco: ¡oiga joven, y si aprovecha su experiencia y escribe un blog!
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